jueves, 6 de diciembre de 2007

Zaldívar y el Club de la Pelea


A juzgar por su historia, no hay nada que les guste más a los DC que una buena riña de barrio. De esas en que se sacan la madre y la mugre, en que nadie entiende mucho qué pasa sino hasta cuando ya hay varios caídos, en que las heridas pueden que quizá nunca sanen y en que una patota a veces considerable, encolerizada, se manda a cambiar y arma parroquia nueva, donde (contritos, no) vuelven a rezar y comulgar como si nada.

Angeles y Demonios

Partido más pendenciero no hemos conocido. Cualquiera sea la fecha de inicio que se elija, hay rosca de por medio. Sea que nace en los años 30 como Falange Nacional, liga juvenil del viejo Partido Conservador, que habiendo apoyado a Pedro Aguirre Cerda el 38, los terminan echando; o bien, si uno prefiere remontarse a 1957, que es cuando pasa a denominarse tan sacristanamente, encontrándonos de nuevo con una sarta de cismáticos, esta vez socialcristianos también desprendidos del apolillado Partido Conservador.

Entre dicha fecha y 1965 se sumarán a la peregrinación varias otras oleadas de desafectos, principalmente agrariolaboristas y ex partidarios de Ibáñez, antiguo cuco, pero, siendo así la política, no correspondía ponerse exquisito de repente: bastó con persignarse y sanseacabó.

En efecto, no pasará mucho tiempo y volverán a generarse zafarranchos y chamusquinas en su interior. Aunque hacia aquel entonces, a mediados de los años 60, medio mundo era DC o "freísta" (derechistas que podían admirar al profeta pero no siempre tragaban a sus secuaces), la trifulca no tardó en producirse.

Algunos querían moverse hacia la nueva izquierda del "compañero" Allende, comulgando con comunistas y socialistas, mientras otros, espantados con la dinámica revolucionaria que habían desatado las reformas estructurales (reforma agraria, seminacionalización del cobre y promoción popular) querían chantar "el proceso chileno" y volver al redil capitalista pronorteamericano. Por un lado la Juventud Democratacristiana, con su pizca de "terceristas" y "rebeldes", tecnócratas o simples agitadores; por el otro, el sector más "guatón" en torno a un acorralado Frei Montalva, todavía en La Moneda, sauce en macetero, al que le negaban la sal y el agua sus mismos "camaradas". Eso tienen los gobiernos: atraen al mosquerío siempre solícito y revoloteador, pero desde el momento que las señales horoscópicas aconsejan atenerse a otras fuerzas cósmicas más gravitantes, se produce la estampida. Entonces la jauría corre tras la nueva presa: los cargos siempre apetitosos y cómo hacerse del dinero del culto.

Se insiste mucho que el quiebre de 1969, reiterado en 1971, fue ideológico. Quizá se exagera el punto. A juzgar por los facciosos que de allí surgieron (MAPU y la Izquierda Cristiana) y su posterior itinerario cizañero -el Mapu radicaliza la UP, se quiebra en dos grupúsculos desmedidamente protagónicos, para luego del descalabro, terminar algunos de ellos auspiciando la vía armada o (incluso los mismos personeros) "reconvirtiéndose" al credo neoliberal concertacionista- hace pensar que lo único que verdaderamente les ha interesado, entonces y ahora, es el poder, como sea, como venga la mano. A cambio de hacer todas las concesiones doctrinarias, sin inmutarse, cuántas veces se les pida. En 1969 salieron de la DC dos diputados, dos senadores y el grueso de los nenes del partido, quizá no tanto por principios y causas "nobles", sino porque simplemente la camorra que se veía venir era mucho más entretenida en el barrio del lado.

Si fuese así, cabría preguntarse si no estamos ante un viejo padrón de conducta política que probablemente se remonta a una matriz díscola, un agárrense-a-combos y veamos quiénes son los gallitos de la pelea entre nosotros, muy de los años 30. La Falange engendró no sólo un ideario, también viejas prácticas púgiles de cómo hacer política. Eran años difíciles, de choque permanente, con civiles uniformados marchando, uno que otro admirador de los Primo de Rivera y Franco. De ahí el nombre que eligieron.

Pues bien, con padres y abuelos de esa calaña, viejos pesos pesados, mucho menos "píos" y "fraternales" que lo que las beatas lenguas están dispuestas a admitir, ¿por qué habríamos de sorprendernos si su numerosa prole -"emancipada", "escindida" o no del tronco falangista inicial- pareciera querer seguir perpetuando hoy dicho ánimo boxeril, jamás reconocido?

El azote colorín

La actual guerra a cuchilladas entre Adolfo Zaldívar y Soledad Alvear calza con este espíritu belicoso de vieja data en la DC. Partido que desde hace años manifiesta corrientes en pugna, no habiéndose escatimado puñetazos, empujones y una que otra estocada. La animosidad, a veces dura, entre el aylwinismo y el freísmo, las agrias lamentaciones de Gabriel Valdés por habérsele pasado a llevar (habida cuenta de su liderazgo durante los años 80), la queja de grupos generacionales jóvenes también de esa época que alegan haber sido preteridos y, por último, desde hace no poco tiempo la aparición de la corriente colorina, capaz incluso de presidir recientemente el partido (2002-2006), explican por qué el aire se ha ido enrareciendo.
Y también por qué la DC da la impresión de ser un partido estancado, antropofágico, no renovado, en manos de operadores de máquinas, contentos a lo sumo con afianzar sus cuotas internas de poder y respecto a la coalición de gobierno.

El que la DC, hace ya ocho años no presida el Ejecutivo y que sectores de clase media -tradicionalmente fieles votantes del centro político- sean objeto de la codicia de la derecha, agrega adicionales factores de desaliento que Zaldívar también ha querido representar y encauzar.

Hay razones evidentes que apuntan a Zaldívar como un líder potente para llevar a cabo dicha maniobra. Impecable en cuanto a su oposición a Pinochet (fue detenido y se la jugó en contra de la dictadura y a favor de los DD.HH.), ha funcionado dentro de la Concertación sin perjuicio de que dio a entender desde muy temprano que hubiese preferido una coalición más "chica", a la larga más eficaz y -más clave aún- que pudiese impedir el desperfilamiento de la DC como eje hegemónico del sistema de partidos que, de hecho, se ha producido.

Cuenta Zaldívar también a su favor el ser un hábil operador al interior de su partido. Su corriente disponía hasta antes de la amenaza de perder cupos, de una base en teoría significativa: uno de los 6 senadores DC, entre 4 y 9 de los 21 diputados, 4 de los 15 miembros del Tribunal Supremo, 12 de los 56 miembros del Consejo Nacional, 135 de los 520 delegados de la Junta Nacional y 4 de los 15 presidentes regionales. Nadie se atreve a predecir cuántos se teñirán el pelo ante el dilema de seguir a su líder o quedarse sin cargo.

Todo esto en un contexto en que él dice sentirse alejado del gobierno y fuera de las decisiones del poder dentro de la Concertación. Ha llegado a exclamar: "La Concertación no es para mí una definición permanente, sino ¡transitoria!, que se tomó ante una realidad y que hoy está en crisis y que tenemos que ver cómo se define. Hacia delante no me siento con ataduras, salvo con mi conciencia".

De ahí su crítica punzante a Lagos y su gobierno respecto al maridaje entre funcionarios y la empresa privada (el "transversalismo" que ha impedido ir corrigiendo el "modelo"), sus deficiencias más duras (la concentración de la riqueza y la peor distribución del ingreso de nuestra historia) y los desaciertos del gobierno de Bachelet, especialmente la crónica situación que viene significando el Transantiago desde comienzos del año.

Inciden, también, su insolencia y desfachatez. Ha arremetido contra Alvear y la ha acusado de estar coludida con la corrupción en Ferrocarriles del Estado a través del cuñado de Gutenberg Martínez. Ha dicho que Viera-Gallo es "sibilino" y que Escalona es "transformista". Ante las declaraciones de Patricio Aylwin -que llamó a tomar "decisiones más o menos drásticas" en contra del senador por su indisciplina partidista y sus tratativas con otros díscolos concertacionistas (Flores, Schaulsohn y Navarro) y con sectores de derecha- Zaldívar simplemente replicó: "Nos estamos declarando en estado de alerta. La historia política de Chile sabe lo que ocurre después que Aylwin sugiere decisiones drásticas".

La alusión no podía ser más a la llaga. La DC también se "dividió" en torno del golpe de 73. La carta de 13 dirigentes democratacristianos en contra de la intervención militar, desmarcados de la postura ofcial del partido (entre los firmantes: Renán Fuentealba, Ignacio Palma y Bernardo Leighton) y la acrimoniosa correspondencia posterior entre este último y Frei, es un recuerdo demasiado vivo y condenatorio del sector que históricamente ha representado Aylwin, hoy día, su declarado enemigo. La manera un tanto gelatinosa como hace sus descargos ("llamé a Soledad Alvear por otra cosa, pero esto también lo tocamos momentáneamente… No podría decir que soy autor intelectual de esto") es como para estar en estado de alerta. Las destempladas palabras de Mariana Aylwin, su hija, descartan toda duda: "Ojalá se vayan todos los que no están de acuerdo con lo que hemos hecho en estos 18 años... los que creen que los gobiernos de la Concertación están compuestos por tecnócratas y una corriente transversalista que quiere perpetuarse… Bueno, ¡váyanse, por favor váyanse!"

¿Váyanse a dónde? Dentro o fuera de la DC, si se mantienen unidos, seguirán siendo un dolor de cabeza. Se mezclan demasiadas aristas en este último capítulo de desavenencias: rencillas personales, cacicazgos, máquinas internas. Si llegara a prosperar la expulsión, se podría hablar hasta de razzias. El PDC, como su homólogo italiano, también alguna vez fuerte y luego acabado, siempre ha tenido su lado un poco siciliano. La señora Alvear está alarmada: "Pareciera ser que este caso es más grave aún (que la crisis que ocurrió con la partida del MAPU). Cuando se está con la derecha es algo que resulta intolerable para nosotros".

Si la situación ha llegado a ese límite no es descartable un escenario galáctico. Está visto que con tanto trapo sucio a la intemperie ya no "brilla el sol" como antes ni tampoco se trata de una pelea entre perros callejeros. La pregunta pendiente es quién y cómo, entre tanto monoteísta dispuesto a que cueste lo que cueste, va a apagarlo para siempre.
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Fuente: Por Alfredo Jocelyn-Holt – Que Pasa.

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