martes, 27 de mayo de 2008

Reencantar la Política - Sergio Contreras.

Hace más de 50 años un grupo de políticos inspirados en el pensamiento social cristiano, en las Encíclicas Sociales, en el pensamiento de Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, en el ejemplo de sacerdotes como F. Vives y A. Hurtado, iniciaron una etapa que cambiaría la historia de Chile. Varias generaciones de jóvenes chilenos motivados por ese ejemplo se comprometerían con la actividad política, como una expresión del compromiso vital con los más pobres y abandonados.

Las vicisitudes de este desafío son conocidas. Reconocemos sus luces y sombras, incluyendo la separación traumática que alejó del tronco principal a prácticamente una generación de entre sus mejores dirigentes juveniles.

El impulso profundo de esta "comunidad de hombres y mujeres libres" no pudo ser detenido por la dictadura. La transición democrática tiene el sello de los democratacristia nos, que con hombres y mujeres de otras convicciones coincidieron en la tarea de recuperar la convivencia democrática para así reencauzar el curso histórico de la sociedad chilena.

Sin embargo, poco a poco, fuimos dándonos cuenta que habíamos sufrido un daño muy profundo. Daño que había tocado el alma misma de nuestras convicciones. La política pasó imperceptiblemente a ser una cuestión de mero cálculo estratégico, y no una actividad de entrega y sacrificio personal. El compromiso militante desplazó la lucha política hacia una verdadera guerra contra los militantes que no participaban de las mismas redes internas. La tarea fundamental de atraer a las nuevas generaciones, que se mantuvo bajo el período de la dictadura pese a todas las restricciones existentes, dejó de ser una prioridad real de la acción partidaria, abandonando a las generaciones de jóvenes a otras opciones políticas o a la marginación de la política. Los centros de estudio y demás instituciones siguieron funcionados dedicados a funciones secundarias respecto de la tarea de proyectar el ideario humanista cristiano, y el legado de los fundadores, hacia la construcción del Chile que queremos para los próximos cincuenta años.

La realización del V Congreso fue un remanso que nos devolvió la ilusión de que la Democracia Cristiana seguía viva y que estaba en condiciones de volver a ser vanguardia en la tarea de ofrecer al país una visión de la sociedad justa, libre y solidaria que fundó desde siempre su ideario político.

Pero poco duró esa ilusión. Hoy, nos encontramos desunidos y desmoralizados. No escuchamos las voces proféticas ni los gestos fraternos, ni la acogida afectuosa que caracterizaron a la Democracia Cristiana, sobre todo en sus primeros años. Estamos desperdigados, en una suerte de diáspora invisible. No somos capaces de reconocernos, cuando a veces nuestras miradas se encuentran en la calle. Nos alejamos de los rituales internos, cada vez más distantes de las inquietudes y esperanzas de la sociedad. Dejamos de ser una referencia ética, y nos transformamos en hablantes más que en hacedores. Los "cargos" pasaron a ser la meta anhelada para muchos y muchas, olvidando el sentido profundo del servicio público. El compromiso con los pobres pasó a ser una frase como cualquier otra, mientras demasiados prefirieron vivir como ricos. Por último, las encuestas pasaron a configurar nuestras decisiones, dejando de lado el mensaje y la consecuencia de vida.

Hay una tarea que nos fue legada. Y los nombres de Bernardo, Eduardo, Ignacio, Manuel, Radomiro, y los de tantos otros, nos siguen urgiendo a la consecuencia, a la fraternidad, y al compromiso patriótico con los millones de hombres y mujeres que forjan nuestras riquezas materiales y no materiales. Ellos nos llaman a ser servidores y no "autoridades". Nos llaman al juicio y al debate crítico pero fraterno, y no a la guerrilla que busca controlar "la máquina" partidista. Desde dentro o desde fuera, el espíritu debe liberar a la política cautiva, ennoblecerla, y volver a ponerla al servicio de Chile. Necesitamos que miles de chilenos y chilenas vuelvan a ver en nuestros valores, en la noción de la dignidad humana y en la tarea de construir una democracia comunitaria, un sentido de vida. La tarea de hoy es volver a lo fundamental, y dejar de lado lo superfluo. Y lo fundamental de hoy es reencantar la política.

Por Sergio Contreras

Gentileza: Braulio Contador – DC Peñoflor.
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