miércoles, 12 de noviembre de 2008

PDC: la hora de la renovación - Ignacio Walker

Los diagnósticos están de más, a estas alturas. En apretada síntesis, la DC ha transitado por una pendiente electoral declinante durante más de una década. El mal resultado en las últimas elecciones municipales confirma la existencia de una seria crisis en el partido —Jaime Castillo Velasco, en uno de sus últimos artículos, antes de morir, habló derechamente de un proceso de "descomposición" en la DC—.

Hay que mirar lo que ha ocurrido con la reciente elección de Barack Obama, en Estados Unidos, buscando inspiración. Mucho se ha dicho sobre el hecho de que se trata de un afroamericano, lo que constituye ciertamente un acontecimiento histórico, en una línea de continuidad con Thomas Jefferson y los principios proclamados en la Declaración de Independencia; Abraham Lincoln y la abolición de la esclavitud, y Lyndon Johnson con la promulgación de las leyes sobre derechos civiles de mediados de la década de 1960. Como ha dicho en estos días Thomas Friedman, en su columna habitual en el New York Times, con la elección de Obama termina verdaderamente la guerra civil iniciada en 1861; concluye ese largo proceso en el momento en que la población blanca estadounidense vota por un afroamericano como Presidente de la República. La elección de Obama es el epílogo obligado de cualquier libro sobre la historia de la democracia y la esclavitud en dicho país.

Pero hay otro rasgo de Obama que también es singular: se trata de un líder de 47 años. Una nueva generación política que se ha abierto paso por sus propios medios, no como "outsiders" (afuerinos), sino desde el interior del Partido Demócrata, desde el interior del Senado, en definitiva, desde el interior de las instituciones de la democracia representativa, pero en una clara línea de renovación de dicho partido, y de revitalización de la democracia estadounidense.

¿Qué le dice todo ello al PDC? Que aún es tiempo, que el fenómeno de renovación de la política no tiene por qué ser un proceso traumático o excluyente, que lo que se requiere es de nuevos líderes, nuevas ideas y nuevos programas. Lo que ha sido capaz de transmitir Barack Obama es una nueva visión, una nueva política, un nuevo estilo, un nuevo liderazgo que ha movilizado a los jóvenes y que ha reencantado a una sociedad que vivió un proceso de involución bajo la era de Bush. No lo ha hecho renegando de la historia, ni de su partido, ni de los viejos líderes. Lo ha hecho asumiendo todo aquello, pero en una perspectiva de futuro, de renovación y de cambio.

Ese es el desafío de la DC en Chile, en la hora actual, enfrentada a lo que tal vez sea la hora más crítica de su propia existencia, pues es su propia sobrevivencia y viabilidad lo que está en juego.

¿Qué es la renovación, a fin de cuentas? Es asumir las raíces y la propia historia —"volver a Galilea", como alguna vez nos dijo el padre Fernando Montes—, pero no para volver la mirada hacia atrás, como la mujer de Lot, convertida en estatua de sal, con una actitud nostálgica y una añoranza estéril, sino para asumir los desafíos del futuro. Es asumir con convicción los profundos cambios de estos 20 años, bajo el liderazgo de los cuatro Presidentes de la Concertación (Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet), pero no con una mirada autocomplaciente, sino volcados a los nuevos desafíos que surgen a partir de nuestros propios logros. Es entender que el mundo ha cambiado, que hay una sociedad que emerge con nuevos desafíos y características sociales, económicas y culturales, frente a los cuales el mundo de la política aparece como distanciado, desacoplado, en actitud autorreferente, y en clave de monólogo más que de diálogo. Es entender que la gobernabilidad en Chile requiere de un partido de centro democrático, moderno, progresista y reformista, sin complejos ni contradicciones vitales, dispuesto a ejercer un liderazgo de nuevo tipo.

Es entender que colapsó una forma de hacer política: la de los lotes, las facciones, los grupos de poder enfrascados en una lucha autodestructiva que es ampliamente repudiada por la población.

Es entender, también, por qué no, que la renovación supone necesariamente un fenómeno de cambio generacional, no para excluir a nadie, sino para hacer creíble el mensaje, con nuevas caras, nuevos rostros, nuevos líderes. Hay una "generación Obama" en la DC, como ha dicho Claudio Orrego en estos días, que tiene que tomar el control del partido de una manera ampliamente convocante, no excluyente, pero con mucho perfil e identidad propios

Fraternalmente, Ignacio Walker.
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