martes, 4 de noviembre de 2008

ALVARO RAMIS: OBSERVATORIO CIUDADANO

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La frontera constitucional

Es tan evidente su presencia que por acostumbramiento, o por fatalismo, nos hemos acostumbrado a pensar y a vivir en los límites que ella nos ha marcado como posibles.

Ha terminado octubre, pero a más de 20 años de la derrota de la dictadura, los chilenos seguimos divididos políticamente por la sutil barrera del Sí y el No. Sería deseable que esta línea divisoria se hubiera superado pero es evidente que la derecha y la Concertación representan dos mundos sociales que sostienen propuestas antagónicas, las que tarde o temprano obligan a posicionamientos difícilmente compatibles. Durante estos años se han probado de diferentes formas toda clase de acuerdos y pactos, tanto en el Congreso y fuera de él, con el propósito de destrabar el empate catastrófico al que nos ha condenado el sistema binominal y los alambicados mecanismos de la Constitución de 1980. Sin desconocer los éxitos que esta estrategia, es necesario reconocer que ellos han sido pocos, puntuales y episódicos. La agenda de cambios y reformas que la sociedad civil ha debido postergar es mucho más larga que la lista de transformaciones que han surgido desde nuestro Poder Legislativo.

Si hay algo común entre las organizaciones sociales, los sindicatos, las federaciones de estudiantes, los colegios profesionales, las ONG, las asociaciones vecinales y los movimientos ciudadanos es haber experimentado en más de una ocasión los estrechos límites de la Constitución. Es la frontera invisible más clara y palpable de Chile. Si no la ha experimentado, trate de involucrarse en un movimiento para provocar algún cambio legal en el país. Tal vez sentirá algo parecido a lo que han vivido las organizaciones de mujeres durante este año, cuando el Tribunal Constitucional prohibió la distribución de la píldora del día después. También podría empatizar con los estudiantes secundarios y sus demandas de cambios en el modelo educativo. O experimentaría las frustraciones de los sindicatos a la hora de proponer reformas profundas al sistema de las AFP. O vivir la amargura de los pueblos originarios al observar cómo se les niega el reconocimiento.

La frontera constitucional siempre ha sido estrecha, pétrea, inamovible, pero cada año que pasa se hacen más duros e insufribles sus amarres. Es tan evidente su presencia que por acostumbramiento, o por fatalismo, nos hemos acostumbrado a pensar y a vivir en los límites que ella nos ha marcado como posibles. Y sin darnos cuenta nos resignamos a pedir poco y nada, a añorar tiempos pasados o a evadir en fantasías lo que no está a nuestro alcance. Y, lo peor de todo, la mayoría de los líderes políticos, llamados por la naturaleza de su rol a liderar el cambio de estos marcos legales, se han convertido en especialistas de la morigeración de las expectativas.

Chile no se ha desilusionado de la democracia, sino de ciertas formas de gestión política de ella. Este desfase explica el descrédito de las instituciones representativas, identificadas con los verbos ceder, esperar, transar, evadir, aguantar y, en el peor de los casos, imponer o reprimir. Son pocos los dirigentes que se atreven a usar verbos que evoquen procesos tales como debatir, convocar o informar, mucho menos los conceptos impronunciables de organizar, movilizar o presionar.

Para cruzar la frontera constitucional hay que equiparse de valor, porque se trata de un límite en el que no existen aduanas. No hay atajos, ni túneles, ni escaleras celestiales. Se trata de un debate árido, difícil pero inaplazable por más tiempo. Por fortuna las bases de la Concertación y la sociedad civil organizada cada vez están más decididas a empezar el trayecto. Fue el signo profético surgido del congreso ideológico de la Democracia Cristiana, y que ha sido recogido por el senador Eduardo Frei. De forma parecida se han expresado el ex ministro Jorge Arrate, y diversos parlamentarios que se han atrevido a vincular la celebración del bicentenario de la independencia con un proyecto de Asamblea Constituyente. ¿Utopías, sueños, ideas locas? Tal vez, pero es bueno recordar que todo proyecto transformador empezó en la mente de un puñado. Si no, recordemos que los primeros independentistas latinoamericanos no pasaban de ser un grupo de estudiantes conspiradores hasta que la realidad hizo de sus ideas imposibles la única solución viable a la crisis irresoluble de un imperio.

No creo ser alarmista si pienso que este es el punto determinante en los debates que vienen. Tal vez los que fuimos partidarios del No en 1988, seremos los que impulsemos el Sí a un cambio de fondo, que destrabe el cautiverio democrático al que nos ha sometido la criatura jurídica de la comisión Ortúzar. Hay que sumar las más amplias voluntades, tan diversas y anchas como un arco iris en el que quepan, ahora sí, todos los colores.

Por Álvaro Ramis, presidente de la Asociación Chilena de ONG ACCIÓN
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