martes, 4 de noviembre de 2008

Democracia Cristiana: La hora de mirarse al espejo.

Escribir algunas líneas sobre el momento de la democracia cristiana puede ser, para alguien que se ha alejado como yo y que hoy la mira con distancia y lejanía, un ejercicio donde los prejuicios operen con fuerza y lleven a escribir desde la lógica del árbol caído.

Espero no caer en esa tentación.

Dos son a mi juicio los grandes elementos que llevan a la DC al momento que vive hoy; uno se sitúa en el ámbito de las emociones, el otro en el espacio de la razón.

El de las emociones tiene que ver con el espacio de la convivencia, con aquello que alguna vez fue definido como la fraternidad democratacristiana. Ese espacio, tuvo su origen en el propio nacimiento del pensamiento humanista cristiano en Chile y de su operacionalización política con el nacimiento de la Falange y después con la constitución de la propia DC. Quienes dieron origen a ese movimiento fueron hijos del rigor de su propio contexto histórico, se necesitaban y necesitaban relacionarse, independiente de sus propias realidades individuales. El ejercicio de caminar por el desierto político forjó en ese grupo humano condiciones especiales que obviamente cambiaron al momento de llegar al poder. La izquierda cristiana y el MAPU son la demostración más clara de esa situación, pues mas allé del momento vivido al calor de una situación de alta ideologización, lo que hizo crisis en esa circunstancia fue el desarrollo de una dinámica que dejo de reconocer al otro como parte de un mismo proyecto, estableciendo entonces la lógica de la desconfianza hasta llegar al extremo de ver en el otro al enemigo, aquel que se debe destruir. La dictadura, es decir el ejercicio de experimentar el dolor y la derrota, fue una nueva posibilidad de resignificar el espacio de convivencia de la DC, fue en la lógica del terror y del miedo que se enfoco ese espacio, en la necesidad de supervivir al momento que vivíamos, de asumir que nuestra única posibilidad de seguir caminando era en la perspectiva de estar juntos, y se hizo, con la complejidades siempre obvias de la naturaleza humana, pero se hizo.

Una vez recuperada la democracia, se tuvo que comenzar a convivir con un nuevo elemento el poder, y no sólo el político, también el económico. Pienso que una parte importante de nosotros no supo hacerlo, algunos por la ambición del tiempo perdido, otros por la inmadurez emocional de vivir ese momento. Raya para la suma: el precario espacio de convivencia obtenido se diluyó en nuestra incapacidad de darnos cuenta que el otro siempre era necesario, independiente de las diferencias. Se nos agotó el diálogo interno, dimos paso a la tentación de aquellos que creen sólo en su propia verdad. La corrupción ayudó en los suyo, la lógica del vencer colaboró en la tarea, el pragmatismo a diestra y siniestra remeció la estabilidad interna…todo estaba dicho, la (con) vivencia interna sería resuelta a través de otros mecanismos, la fuerza y la imposición; la descalificación y el otro como un objeto de consumo político…los dados estaban echados, el resto de la historia es conocida. La gran mayoría de nosotros fue responsable, algunos más y otro menos, pero todos fuimos pecadores tanto de acción como de omisión.

El segundo elemento, el ligado a la razón, tiene un claro enfoque: la ideología humanista cristiana, entendido como un paradigma que nos permitía entender la realidad entró en crisis, una crisis khuniana, una crisis de modelo donde por más que intentáramos encajar en el espacio de subjetivización que vive nuestra sociedad, no había por donde entrar. ¿Significa esto que los elementos sustanciales a dicho patrón de ideas como la solidaridad, la democracia social o la opción por los más pobres ya no servían? Creo que no, pienso que ese no es el centro de lo sucedido. Lo que pasó fue que ese constructor ideológico que sostuvo a la DC hasta los años sesenta y que iluminó su andar el la década de lo setenta y los ochenta no fue capaz de resignificarse con las profundas modificaciones sociales, económicas y culturales que no sólo nuestra sociedad vivía, sino que también el mundo entero experimentaba. No era un tema del soporte inicial el que estaba en cuestión sino que del andamiaje que se construyó en la búsqueda de hacer lecturas pertinentes de la realidad que existía el que no funcionó. Como tal la DC siguió moviéndose en el viejo lastre de ideas pensadas para otro momento sin darse cuenta de los significativos cambios que las personas y los grupos de nuestro país experimentaban. La brújula desapareció y cuando eso ocurre uno sólo se mueve a tientas, buscando encontrar en los recuerdos espacios de sustentabilidad que permitan seguir en pie.

¿Por qué no se puede hablar de pobreza e injusticia social en nuestros días?, ¿o la violencia social que ocurre a diario no es un tema que tiene que ver con el respeto de las personas?, ¿o la fragmentación que vive nuestra sociedad no es caldo de cultivo de un nuevo discurso que resignifique la solidaridad?, ¿o es pecado apuntar al tema de la distribución de la riqueza en el país y lo injusto de la mantención de dicha situación?, ¿o la necesaria opción popular por una educación de calidad y de fuerte componente público no es un signo de cambio social profundo?, ¿o la precariedad del trabajo y su tendencia a la tercerización no son una situación que atenta contra la propia dignidad humana? En fin, serían muchos los temas que vive el país de hoy donde el discurso socialcristiano podría dar luces siempre y cuando ese discurso asumiera el desafío de iluminarse a partir de la propia realida(des) que se viven, en una relación dialógica y dialéctica sincera y constructiva.

No esta en el ánimo de estas palabras dar enseñanzas a nadie, por que no soy quien para hacerlo, sólo esta la mirada de un adulto que mira con distancia aquello que alguna vez fue tan importante para su vida y que hoy ve con tristeza como sigue cayendo en el despeñadero de un pozo sin salida: la Democracia Cristiana.

Por Mario Penailillo
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