miércoles, 13 de agosto de 2008

Sergio Micco: El tarro de manjar de mi padre.

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Cada mes mi abuela paterna regalaba a sus hijos un tarro de manjar. En el Puerto Montt de los años 30 era el mejor regalo que podía hacer una mujer jefa de hogar, recién viuda. Según mi padre, sus dos hermanas, golosas empedernidas, devoraban inmediatamente el delicioso contenido lácteo. El, siempre más precavido, pensando en el mes que quedaba hasta la próxima ración, escondía su tarro, postergando la gratificación —como diría mi hermano economista–. Pero, injusto este mundo, ellas no tardaban en encontrar el “tesoro escondido”, engulléndolo sin remordimientos. Mi padre invariablemente terminaba protestando. Moraleja: “Entre los humanos, toda buena acción tiene su castigo”.

Paul Krugman, el economista y columnista de The New York Times, escribió que el Congreso norteamericano de los ’80, tan bien inspirado como mi padre, creó un fondo de reserva para pagar las pensiones cuando en 2030 existiesen sólo dos trabajadores por cada jubilado. Pero Bush propuso poner los recursos acumulados en cuentas personales de los trabajadores jóvenes. Mal que mal, el fondo estaba repleto. Así, sin quererlo, los ahorrativos congresistas de los ’80 pudieron haber trabajado para la codicia de los políticos futuros, “quienes se verán tentados a atacar el tarro de galletas”.

Relato lo anterior para aludir a nuestros fondos de reservas de pensiones, social y Bicentenario. A mayo de este año, los primeros acumulaban US$ 19.500 millones y el último concentrará 6 mil millones más. Son sumas enormes. Es una política sabia, pero con evidentes costos y riesgos. No sólo el anotado: que los prudentes políticos de hoy terminen trabajando para los dilapidadores del futuro. Además, siempre es posible equivocarnos en las proyecciones que, cuando son a tan largo plazo, se transforman en predicciones. Por otra parte, los chilenos que viven penurias económicas se preguntan si no estamos, como Rico McPato, zambulléndonos en monedas que no queremos ni sabemos gastar. Peor aún, temo que, ante los ataques constantes contra la administración pública, terminemos con una revuelta tributaria de ciudadanos reclamando que con tantos dólares apozados y servicios públicos tan malos, ¿para qué seguir pagando impuestos?
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¿Qué hacer? Aumentar la legitimidad social de la estrategia de creación de fondos, mostrando más sensibilidad y apertura en la inversión social, haciendo más pedagogía cívica y no dudando en fortalecer y mejorar nuestros imprescindibles servicios públicos.
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