martes, 26 de agosto de 2008

Algunos jóvenes no quieren vivir - FERNANDO CHOMALI G. Obispo Auxiliar de Santiago.

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Duele cuando un joven se quita la vida. Es algo que no nos deja indiferentes. La juventud se asocia a grandes intereses e ideales. Se asocia a estudio, a proyecto de vida de cara al futuro. Juventud se asocia a enamorarse, a soñar, a lanzarse a la vida para conquistar grandes metas. Sin embargo, a la luz de los tristes acontecimientos de los que hemos sido testigos, pareciera ser que para muchos jóvenes se acabaron los sueños, los ideales. La vida se les presenta como una desgracia, como una fatalidad de la que hay que liberarse. Y la forma de hacerlo es quitándose la vida.

Es lamentable saber que el suicidio juvenil es mucho más común de lo que uno se imagina. Y dado que es absolutamente contradictorio con el principio más propio de los seres humanos de cuidar la vida, nos interpela y nos impulsa a buscar las causas y las posibles soluciones.

Seamos sinceros: el mundo y la sociedad se presentan para muchos jóvenes como algo hostil. Hostil, porque viven carentes de amor, carentes de sentido, carentes de trascendencia. Es doloroso saber que un número no menor de jóvenes no tienen una experiencia de sentirse amados, queridos, escuchados, respetados sencillamente por el hecho de existir. Muchos se sienten de más. Se suma a este hecho una concepción materialista de la vida, en la cual la trama social nos hace creer que para ser feliz hay que tener dinero, ser exitoso, ser un ganador. Ello lleva a que haya personas de primera categoría, los ganadores, y de segunda, los perdedores, quienes por supuesto bajo esta óptica sobran.

Estoy cierto de que si la educación estuviese más volcada a enseñarnos a compartir y a valorar nuestra existencia como un gran don y una gran posibilidad, y no tanto a competir, la situación de esos jóvenes hubiese sido otra. ¿Quién nos ayuda a encontrarle sentido a la vida, a darle un rumbo por el que valga la pena esforzarse?

No podemos negar que son muchos los factores que inducen a un joven a atentar en contra de su vida. Una funcionaria del Ministerio de Salud decía en una entrevista radial que estos jóvenes tenían "un dolor en el alma". No puedo estar más de acuerdo con este diagnóstico. Dolor en el alma, porque la dimensión trascendente de la vida fue cambiada por un inmediatismo inconducente. Un dolor en el alma, porque se insiste en promover una sociedad al margen de Dios o como si Dios no existiera. Dolor en el alma, porque el horizonte de desarrollo de todas sus capacidades es truncado por falta de oportunidades y porque, peor aún, quienes tienen la responsabilidad de velar por el bien común y generar las instancias que nos lleven a aquello se sirven de sus cargos en beneficio propio. Aunque parezca un poco exagerado, los tristes episodios de corrupción que hemos apreciado en este último tiempo en nuestro país y en el continente entristecen el alma de estos jóvenes y los cierra a la esperanza.

Soy un convencido de que si queremos jóvenes más sanos, si queremos menos consumo de droga y de alcohol, si queremos menos suicidios, no queda otra opción que fortalecer a la familia. El gran desafío de nuestro país es que cada joven tenga una familia, tenga un padre y una madre, tenga identidad. Con fuerza resuenan las palabras de Juan Pablo II en Chile: el futuro de la humanidad pasa por la familia. El gran desafío es, reconociendo el valor del desarrollo económico, darle una cualificación más humana que integre y no separe, especialmente a los más vulnerables de la sociedad.

Por último, promover a todo nivel el valor de la dimensión religiosa del ser humano es una urgencia en estos tiempos. Los invito a conocer, promover y apoyar la labor que realiza la Iglesia Católica y otras comunidades que día a día nos recuerdan que somos hijos de Dios, que nos ama entrañablemente y que no estamos de más, sino que somos únicos, amables y que tenemos una altísima dignidad y que estamos para colaborar por un mundo mejor con los talentos que el mismo Dios nos ha dado.

Llegó la hora de revisar cada una de nuestras acciones y preguntarnos seriamente si son fuente de vida o de muerte. No veo otra forma de salir de esta herida que tanto nos duele: algunos de nuestros jóvenes no quieren vivir porque han perdido la esperanza.

FERNANDO CHOMALI G. - Obispo Auxiliar de Santiago

Gentileza: CEspinozaJ.
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