martes, 26 de agosto de 2008

ALVARO RAMIS: ¿QUÉ PASA CON LOS CANDIDATOS DE LA CONCERTACIÓN?

.
No despegan. Ninguno de los precandidatos de la Concertación logra despuntar en las encuestas, mientras el candidato derechista Sebastián Piñera se apropia velozmente de la “percepción de triunfo”, tanto entre sus partidarios como entre sus detractores.

Mientras tanto, el año presidencial 2009, se acerca de manera vertiginosa sin que haya claridad sobre nombres, estrategias y menos aún, sobre ideas, programas y proyectos que convoquen a la ciudadanía. ¿Qué ocurre? Tal vez la coyuntura exija retroceder un poco para analizar con distancia el momento político chileno.

Si la Concertación ha ganado todas las elecciones realizadas desde 1988 se explica porque su programa ha respondido de forma más cabal a una agenda ciudadana que aspira a la profundización de la democracia, a la construcción de un desarrollo inclusivo y a la reconstrucción de un Estado que garantice progresivamente los más amplios derechos. Podemos discutir si la gestión de los gobiernos concertacionistas efectivamente ha sido coherente con sus programas. Pero en el marco de la oferta política existente en estos años, la Concertación ha contado con una propuesta que ha logrado unir dos elementos fundamentales: en primer lugar ha ofertado viabilidad electoral, es decir, la capacidad de institucionalizar las demandas sociales por medio de un acuerdo político complejo y con voluntad de reforma. En segundo lugar, ha prometido progresividad en el logro de estos objetivos. Por este motivo la ciudadanía ha aceptado postergar ciertas exigencias en el entendido que el proceso político, a largo plazo, permitirá su satisfacción de forma paulatina pero real.

Las otras fuerzas políticas en competencia no han podido ofrecer algo así. La derecha no puede favorecer un programa que sintonice con la agenda ciudadana. Su propuesta solo la toca tangencialmente, en temas ligados al desarrollo económico o a la seguridad policial. Sin embargo, en su conjunto, su programa se erige como la principal barrera a la agenda de cambios a los que aspira la ciudadanía. Esta situación es tan clara que el diseño político electoral del país, diseñado por ella, presupone este escenario, y por lo tanto, el subsidio que la derecha recibe por medio del sistema binominal acude en auxilio de una fuerza que sabe que no puede llegar a ser mayoría, a menos que cambien los ejes políticos fundamentales que estructuran la competencia electoral chilena. Para llegar a ganar necesitaría que la discusión girara hacia temas colaterales en los que cree tener mayor fortaleza, como la eficiencia en la gestión pública, la delincuencia o la corrupción, entre otros. Sin embargo, en un país tan desigual como el nuestro es muy difícil que estos “issues” desplacen a la preocupación sobre la redistribución del poder y la riqueza en del centro de la discusión.

Por su parte, la izquierda extraparlamentaria ha carecido de la viabilidad electoral que oferta la Concertación. La fortaleza del Juntos Podemos Más ha radicado en su capacidad de defender a todo evento elementos centrales de la agenda ciudadana, mientras la Concertación se ve enfrentada de forma permanente a sus propias contradicciones, al estar aprisionada entre la respuesta a las demandas y su viabilidad política. Ha conspirado en su contra el sistema electoral binominal, pero también las propias fuerzas políticas del sector no han demostrado una capacidad de articulación amplia, consistente y estable. Tampoco han logrado mostrar experiencias exitosas de gestión a nivel local, que prefiguren un proyecto de futuro. No se visibiliza allí un liderazgo nacional a corto plazo.

Por ello, a menos que ocurra un cambio impredecible y muy profundo, todo parece garantizarle a la Concertación una posición cómoda y estable. ¿De que otra forma explicar la fidelidad de la población a una coalición que ha demostrado en dieciocho años de gobierno enormes debilidades éticas, errores de gestión garrafales, y sobre todo inconsistencias políticas fundamentales? La respuesta radica en las condiciones del campo político electoral que impiden que emerja, hasta ahora, una alternativa que compita seriamente con la Concertación. La reincidencia de los mismos nombres en todo tipo de cargos y la altísima tasa de reelección parlamentaria así lo demuestran.

Aún así, hay claros signos que parecen indicar que en 2009 podría verse amenazada la hegemonía de la Concertación. Las candidaturas presidenciales que se han propuesto hasta la fecha ofrecen elegibilidad teórica, viabilidad técnica, pero no garantizan la progresividad programática. El necesario equilibrio entre estabilidad y cambio ha sido desplazado por un continuismo descarado, opaco, que no puede encantar ni a los propios círculos partidarios. En este contexto, los intentos de la derecha por colocar sus temas en el centro de la discusión cobran relevancia, ya que al desdibujarse las diferencias entre las coaliciones y los candidatos, Las posibilidades de triunfo de Piñera se elevan de forma exponencial.

Recordemos que en 1999 Ricardo Lagos logró crear reales expectativas de profundización democrática, ya que se trataba del primer socialista que podía llegar a La Moneda desde Salvador Allende. Una situación similar acompañó a Michelle Bachelet en 2005, como una mujer que emergía con rasgos de ruptura, profundización y densificación programática, por medio de un liderazgo femenino y más progresista. De esa manera, la Concertación ha generado un proceso en el que cada presidente ha sido sucedido por un candidato que ofrecía profundizar la radicalidad de la coalición, sin perder su continuidad.

Hoy este ciclo se ha roto y en definitiva la actual oferta de precandidatos concertacionistas es desilusionante. La lógica política debería mostrar que si los candidatos no entusiasman, se tendría fortalecer un programa, convocante, motivador, de cambios profundos, que suplan el continuismo que Lagos, Frei, Alvear, o Insulza instalan junto con sus nombres. Sin embargo, los ciudadanos, hasta ahora, no escuchamos nada al respecto. La otra alternativa es que entren más nombres al ruedo. ¿Estamos condenados a los mismos liderazgos ad aeternum?

La fortaleza institucional y electoral de la Concertación le ha llevado a sentirse dueña de una agenda ciudadana que no tiene más propietario que la sociedad civil. Por ese motivo suele presuponer que ante el fantasma de la derecha al acecho, cualquier oferta es válida y “sus” electores la aceptarán sin cuestionamientos. Lo que parece ocurrir en este momento es una rebelión pasiva de una ciudadanía que esta dejando se comportarse como publico cautivo y ya no acepta cualquier cosa.

Tal vez, lo que se está expresando es que llegó la hora de abordar un acuerdo programático que supere a la Concertación. El pacto de omisión de las elecciones municipales prefigura esta posibilidad. Jorge Arrate ha defendido esta idea en su documento “Unir Fuerzas”, de 2007. Hay muchos signos que indican que ese debería ser una señal de cambio que relativice un continuismo insoportable bajo otros parámetros. La respuesta a este desafío radica en que los liderazgos políticos del momento estén a la altura de los desafíos que el país reclama.

El autor es teólogo. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
.

No hay comentarios.: