viernes, 16 de enero de 2009

Lo racional no basta.

.
Las elecciones se ganan cuando los candidatos y las coaliciones conquistan las mentes y los corazones... La Alianza tiende a transmitir que en ella operan las mentes y no los corazones.

Si algo caracteriza a Sebastián Piñera es su capacidad para lograr la atención pública a través de episodios polémicos o decisiones personales que lo hacen pasar de una posición a otra sin mayores cuestionamientos o contradicciones internas; a lo menos, en términos públicos. Por ello, su nueva campaña a la presidencia a muchos nos abre más interrogantes que certezas.

Hasta el momento ha sido el único candidato oficial y, por ende, quien más se ha adelantando en las encuestas. Sin embargo, la actual crisis mundial y el manejo económico de la presidenta Bachelet, que en el pasado fue criticado por su extremo conservadurismo, prevén un 2009 en que las decisiones del actual gobierno serán mucho más valoradas.

Este nuevo escenario de cara a las elecciones nos tiene expectantes sobre un posible nuevo cambio de Piñera. ¿Nuevamente nos sorprenderá con un giro comunicacional? El, desde que se inició en política, ha estado siempre en la polémica: como jefe del comando de Hernán Buchi declara que había votado por el No en el plebiscito que permitió retomar la democracia; luego se produce un quiebre, que hasta hoy no es perdonado, con su ex amiga Evelyn Matthei, tras el llamado “caso Kioto”; más tarde causa sorpresa cuando, siendo senador, vota junto a sus cercanos aprobando el desafuero del juez Cereceda por causas de derechos humanos y, por nombrar otro suceso que grafica esta historia política, está el rol que jugó en el caso Spiniak, en que fue símbolo de la división de la Alianza, del mismo modo que hoy, por razones prácticas y no doctrinarias, se está convirtiendo en la razón de la unidad.

Sus saltos de inversionista a político y presidente de partido; de senador a candidato presidencial; de buscar cercanías al núcleo más próximo a Pinochet a declararse humanista cristiano; de proclamar políticas de acercamiento al gobierno a volverse el príncipe del desalojo, han sido la característica de su carrera política. Una sagacidad y persistencia poco preocupadas de los detalles de la consistencia, e inspiradas por una mirada fija en la oportunidad.

Pero las elecciones se ganan con votos y los electores pocas veces hacen análisis de hechos como los mencionados. Sin embargo, la elite política sí y, si bien pareciera reinar un aire de triunfalismo en la oposición, en la conversación privada sigue sin convencer del todo a la derecha más dura y a una parte importante de la UDI, su aliado que, un poco obligado por las circunstancias, tuvo que proclamarlo para no dilatar más su campaña y dar una señal de unidad.

Se le pueden perdonar sus cambios de posturas y sus contradicciones, ya que muchos se produjeron con bastantes años menos y poco conocimiento de la política. Hoy parece que ha superado este ciclo, y se puede decir que lo ha logrado todo, como él mismo lo confesó en el spot de su campaña presidencial pasada.

En los últimos cinco años, su carrera ha sido ascendente en todo sentido. Es dueño de un canal de TV que ha sido exitoso; tiene una fortuna que lo ubica entre los más ricos de Chile; un club de fútbol popular; una reserva ecológica y cuenta con un tratamiento solícito y amable de la prensa. Hasta ha quebrado la voluntad de la UDI y la ha empujado racionalmente a proclamarlo –un año antes– como el candidato único de la Alianza.

Esa suma de las “cosas” que posee es el motor de la locomotora, pero es también, al menos potencialmente, la fuente de todas sus amenazas. Porque lo tiene casi todo, pero le falta La Moneda, como lo consigna un humorista en su caracterización del candidato. Y esa casa no está en venta, porque pertenece a todos los chilenos.

El tener esta vasta conjunción de medios y voluntades unidas bajo su mando lo obliga a desarrollar una campaña sin sorpresas, destinada a autoafirmarse constantemente pues, en rigor, está todo dicho y todo ya está negociado.

En política no puede haber certezas. Creerse victorioso y transmitirlo, tanto gestual como directamente, invita a la soberbia. Para Piñera, mantener la vigencia de su campaña –que no le quedan sorpresas– será la continuidad del ataque de sus adversarios y la del gobierno y de su legado, pues la autoafirmación de la Alianza hasta ahora se ha construido en la lógica del desalojo.

Las elecciones se ganan cuando los candidatos y las coaliciones conquistan las mentes y los corazones de los electores. Michelle Bachelet es el mejor ejemplo de lo importante que es el corazón en los liderazgos, y están equivocados quienes creen que ese fue el factor que por sí solo explica su victoria, porque también lo fue la opción racional de una coalición que supo mantener la mística.

La Alianza tiende a transmitir que en ella operan las mentes y no los corazones. De hecho, en el reciente respaldo de la UDI a Piñera, su más encarnizado adversario, se oyeron voces que decían que hay que respaldar al mejor posicionado en la carrera a La Moneda, pero no hubo convicciones de corazón, como con Pinochet o Lavín.

Más aún, la reciente irrupción del también empresario Leonardo Farkas, con cinco puntos de adhesión –según encuestas– conseguidos en sólo un mes, muestra las debilidades de Piñera. La calidez de Farkas con los medios y la gente, en especial con la más pobre, se hizo notoria y generó un fuerte contraste con la frialdad del actual candidato de la Alianza.

Eso es quizás lo que le quita el sueño al candidato de la derecha: el medio millón de votos que lo separa de lo único que no tiene: conquistar los corazones de los chilenos, incluso de quienes han prometido votar por él.

Por Enrique Correa. (R.Capital)

Gentileza: CespinozaJ.
.

No hay comentarios.: