Desde hace un año, la imagen de triunfo de Sebastián Piñera entregada por las encuestas ha revolucionado la arena política. Con una anticipación inusitada, él se instaló como ganador de las presidenciales a casi dos años del suceso y hoy día no tiene competencia en tal imagen: cerca de uno de cada dos chilenos “cree” que el próximo Jefe de Estado será él, y sólo dos de cada diez creen que otro personero puede serlo.
Ello ha llevado a la Concertación a un tortuoso e improvisado mecanismo de “selección” de su abanderado, en que durante 2008 se suben y bajan ex presidentes de la República como una manera de poner al frente de esta imagen de triunfo a los pesos más pesados de la coalición.
La verdad es que Chile tiene un extraordinario capital de ex presidentes que han terminado bien sus períodos, asunto que no se da en la mayor parte de los países. En cierta forma es también una desventaja, ya que se apela a ese capital político en vez de permitir el tiraje de la chimenea con la entrada de nuevos personeros. Pero bien puede ser al revés: porque no hay personas nuevas, se recurre a los ex presidentes.
A lo largo del año se creyó que el candidato sería de la izquierda, con las precandidaturas de Lagos y de Insulza, mientras que la Democracia Cristiana no estaba en las posibilidades. Al final, sin embargo, se bajaron Lagos e Insulza, quedando Frei acompañado de la candidatura simbólica del Partido Radical. Con ello, la izquierda indica que no cree en la victoria, dejando la posible derrota en manos del PDC: ¿Por qué habría de bajarse un candidato, si no es porque no cree que es posible llegar a la meta?
Todo lo anterior ha sucedido ante los ojos atónitos del pueblo, que sólo puede mirar como espectador. No ha habido elección ni proceso deliberativo alguno. Se trata de decisiones de personas individuales, que sin la participación de sus colectividades han definido el curso de los acontecimientos. ¿Cuál es el rol de los partidos políticos en esta historia si, por una parte, un trozo del protagonismo se lo llevan las encuestas, que son seguidas por los personeros como oráculos de lo inevitable, y el otro trozo lo asumen los candidatos mismos en sus decisiones personales? ¿O es que los partidos han pasado, por su debilidad, a ser los acompañantes de los políticos?
Como sea, este año electoral se inicia con esperanza para Frei, por las encuestas que muestran cómo empieza a aunar voluntades. No debería sorprender: la Concertación sigue teniendo al menos 40 a 45% de votos duros, y el candidato ungido por ese sector debería poder recoger ese apoyo. El problema no es ése, sino llegar al 50% más uno para ganar. Hoy, cada punto del electorado es aproximadamente 70.000 votos; si la disputa es por el ultimo 3%, se trata de no más de 210.000 sufragios que definirán al próximo Presidente.
Piñera es mientras tanto esclavo de su imagen de triunfo, que se verá disminuida en la medida en que el electorado se aúne en torno al ungido de la Concertación. Ya la renuncia de Insulza produce un poco ese efecto, pero la Concertación no puede cantar victoria por hechos tan obvios y predecibles.
La gente espera la apertura de la democracia a la igualdad ante la ley, el desmantelamiento de la inequidad y las discriminaciones. Esas son las únicas razones por las cuales se han elegido presidentes desde 1990 y probablemente se repitan en esta ocasión. Y también son esas mismas las razones por las cuales Piñera tiene esa imagen de triunfo: porque la Concertación no ha cumplido con esa promesa. ¿Puede Frei revertir la situación? ¿Puede Piñera cumplir la promesa? Esas son las interrogantes de los 210.000 votantes desconocidos. Que no se engañen los que especulan con la ingeniería electoral: lo que puede hacer cambiar la carrera es lo mismo que puede hacer cambiar la decisión de esas personas. Esta elección la determina más que nunca la expectativa de cambio que viene rondando en el electorado desde la competencia Lagos-Lavín de 1999. Una expectativa aún no cumplida.
Los que creen que se puede cambiar el panorama con la inscripción automática y el voto voluntario (síntomas de un problema, no el problema mismo) no han auscultado la cultura cívica y sus deficiencias. Para cambiar la cultura cívica, hay que cumplir las expectativas de la gente.
Por Marta Lagos
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