viernes, 10 de abril de 2009

Libre competencia y globalización.

No soy experto en el tema sobre el cual voy a opinar, lo que siempre es riesgoso. En general, trato de hacerlo sobre lo que sé (o creo saber). Este no es el caso. Sin embargo, tengo la duda y por eso voy a pensar en voz alta, como lego, no como experto. Dejo constancia que no tengo ningún interés económico en el tema.

Imposible no sumarse a la reacción airada de consumidores, líderes de opinión y autoridades, en relación a la colusión de precios de tres cadenas farmacéuticas, las que controlan buena parte del mercado interno. Buena cosa es el que se haya reaccionado en forma airada en defensa de la transparencia, la libre competencia, y el interés de los consumidores.

Hasta aquí todo va bien y ojalá se aplique “todo el peso de la ley”, en este y en otros casos similares.

Cuando en enero de 2008 el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia rechazó la fusión entre DyS y Falabella, me pareció, en principio, y en apariencia, bien. No se trataba de una colusión, pues ambas empresas habían anunciado, a la luz del día, el 17 de mayo de 2007, según leo en internet, que habían decidido fusionarse. Ambas tenían, entonces, ventas totales por US$ 8.000 millones, controlando un 16% (DyS) y un 17% (Falabella), del mercado interno, es decir, un 33% del mismo. Parecía comprensible impedir su fusión, en defensa de los consumidores y la libre competencia.

Aparentemente, todo iba bien aquí también. Sin embargo, cuando se anunció la compra de DyS por parte de Wal-Mart, la cadena gigante estadounidense, me bajaron las dudas, y me surgieron las preguntas. No tengo nada en contra de las empresas extranjeras, las transnacionales, y la inversión extranjera. Muy por el contrario, soy partidario de abrir la economía y liberalizar el comercio y las inversiones. Sin embargo, me baja la duda ex post: ¿no habría sido mejor, desde el punto de vista del “interés nacional”, permitir la fusión de DyS y Falabella, dos gigantes chilenos en el campo del retail, para permitirles, de esa manera, tener más espaldas y poder competir en el mundo global, escenario de una fiera competencia a toda escala? ¿Existe tal concepto (“interés nacional”), en la era de la globalización? Yo tiendo a pensar que sí, a pesar de mi cercanía y amistad con la globalización. ¿No era posible impedir la fusión “puertas adentro” y permitirla “puertas afuera”, como quien dice? ¿Qué sirve mejor al interés nacional: el que una empresa extranjera compre DyS, o que dos empresas chilenas, DyS y Falabella, sumen fuerzas para competir hacia afuera, en el mundo global? Simplemente me hago la pregunta.

Confieso que, en su momento, tuve serias dudas sobre la fusión entre LAN y LADECO; pero, visto en retrospectiva, me pregunto: ¿no permitió acaso esa fusión una buenísima incursión internacional de LAN, para transformarla en una de las grandes líneas aéreas del mundo? Entiendo que existe el problema, o el peligro, potencialmente hablando, de una posición dominante (¿así se llama?) en el mercado nacional; sin embargo, entiendo también que en Chile existe una política de “cielos abiertos” y que es cosa de incentivar, por diversas vías, la competencia en el mercado doméstico, sin sacrificar la exitosa incursión internacional de LAN.

La pregunta que me hago, entonces, como absoluto ignorante y lector de diarios, es: ¿qué debe entenderse como “libre competencia” en el mundo global, y qué queda del concepto del “interés nacional” (al margen de todo chauvinismo o nacionalismo estrecho)? ¿No existe acaso la posibilidad de permitir “espaldas anchas” hacia afuera, posibilitando fusiones como las señaladas, y fomentar, simultáneamente, la libre competencia interna, evitando ese tipo de fusiones en el mercado doméstico? No tengo idea cuáles puedan ser esos mecanismos o instrumentos, pero me hago la pregunta conceptual acerca de cómo compatibilizar, de manera inteligente y creativa, la libre competencia y el interés nacional, en la era de la globalización, salvaguardando siempre el interés de los consumidores. ¿La cuadratura del círculo?

Por Ignacio Walker - La Segunda.
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