jueves, 28 de mayo de 2009

Escritores y dictadores.

En las dictaduras un escritor es siempre un ciudadano bajo sospecha, porque no entiende que lo que no es obligatorio esté prohibido y, encima, muestra claros síntomas de pensar, esa terrible manía de los demócratas.

El escritor Mario Vargas Llosa llegó al aeropuerto de Maiquetía, de Caracas, se le registró concienzudamente el equipaje, se le advirtió de que si hablaba mal del dictador podría ser expulsado, y unos militares querían "escoltarlo" hasta el hotel. El escritor dijo que no temía por su vida, que tenía muchos amigos en Venezuela -hoy llamada República Bolivariana- y que les agradecía el "detalle". Al menos, en la Unión Soviética de antes te ponían "una guía" de paisano, que te traducía, te acompañaba, te facilitaba las gestiones, y, al final de la jornada, escribía un minucioso informe donde se detallaba con quién y con quiénes se había entrevistado el visitante, destinado a sus jefes.

El actual ministro de Cultura de Venezuela, Héctor Soto, cuyo departamento lleva el rimbombante nombre de Ministerio del Poder Popular para la Cultura ha llamado al escritor "ex intelectual", es decir, que a partir de este momento, Vargas Llosa se abstendrá de pensar y dedicarse a tareas poco intelectuales, como comer dormir o el bricolaje. Menos mal que el ministro del Poder etcétera, cuyas obras completas caben en una caja de cerillas, se pondrá manos a la obra si le queda tiempo, porque lo ocupa en cerrar ateneos. El cierre de medios que se atrevan a criticar al Gobierno, el ahogo de cualquier disidencia, unido a la corrupción administrativa, son los pequeños síntomas que nos hablan de la deriva hacia la dictadura totalitaria. Pero la culpa es de Mario Vargas Llosa y otros de su ralea, gente que escribe ignorando que la cultura debe estar subordinada al Poder Popular, siempre y cuando el poder esté en las manos del amado dictador. Elegido democráticamente, por cierto. Como un tal Adolfo, de inolvidable recuerdo.

Por Luis del Val
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