El sábado recién pasado tuve la oportunidad de participar como expositor invitado en el congreso doctrinario organizado por la UDI en Punta de Tralca. Me siento especialmente honrado por la invitación considerando que no soy militante de dicho partido, y que los temas que los dirigentes pusieron en la tabla para el debate son de particular importancia para el futuro de dicha colectividad. La UDI se juntó a debatir respecto de si los principios que la inspiraron a comienzos de los ’80 permanecían todavía vigentes. En mi caso particular la invitación fue a presentar mi punto de vista en relación a si la economía social de mercado tenía o no méritos suficientes como para permanecer como uno de los pilares fundamentales de la doctrina del partido. La pregunta es pertinente, en el contexto de los ataques que está sufriendo la economía de mercado a partir del año pasado y como consecuencia del advenimiento de la crisis económica internacional.
Durante la preparación de mi exposición, me pareció particularmente atractivo retrotraerme al Chile de comienzos de los ‘80. ¡Cómo hemos cambiado! Mirando en perspectiva, nuestro país ha generado un progreso económico durante los últimos 30 años que no tiene parangón en nuestra historia. En alguna medida, la popular serie de televisión ambientada en los ‘80 da cuenta de dicho cambio.
Pero fue el análisis de los acontecimientos mundiales donde realmente encontré la inspiración para mi charla. La caída del muro de Berlín, la irrupción de China como un actor relevante en el concierto de la economía mundial, el letargo de Japón a partir de 1990 y la aparición de nuevas naciones desarrolladas en Asia, son todos fenómenos de los últimos 25 años. Estos megaeventos de finales del siglo 20 y comienzos del siglo 21 no sólo validaron la economía de mercado por sobre cualquier otra forma de organización de las actividades económicas de los hombres, sino que además nos recuerdan que los principios fundamentales sobre los que descansa este sistema son mucho más profundos que la buena o mala regulación del sistema bancario, o la colusión o no de un par de empresarios farmacéuticos.
La caída del muro de Berlín no marca solamente el triunfo de la economía de mercado por sobre la centralmente planificada, es el triunfo de los hombres libres por sobre iluminados. Los iluminados son esas capas dirigentes que por sentirse moral e intelectualmente superiores al resto creen tener derecho a decidir cómo las personas deben vivir sus propias vidas. Si deben o no estudiar y qué deben estudiar, si pueden o no tener hijos y cuántos, cómo deben vestirse, dónde deben trabajar y dónde deben vivir. Este triunfo gigantesco de los hombres a favor de una sociedad libre está grabado con fuego en las conciencias de las actuales generaciones. Su solidez se la otorga el sufrimiento y las injusticias a las que fueron sometidos sus padres y abuelos que vivieron bajo el yugo de los iluminados. Quienes ponen en duda el sistema de economía de mercado sobre la base de una recesión como la actual, con la quiebra de Lehman Brothers incluida, están tratando de derribar los pilares de la sociedad libre con un martillo de goma.
Los millones de chinos que han salido de la pobreza durante los últimos 20 años lo hicieron porque Deng Tsiao Ping dejó de lado su ideología y abrazó con pragmatismo y decisión el sistema económico de libre mercado. El letargo japonés a partir de comienzos de los ‘90 se debe en gran medida a que los gobernantes de dicho país pensaban que eran más inteligentes que el resto y eligieron apoyar las industrias que creyeron les brindaría la hegemonía económica del mundo. Y se equivocaron porque nadie podía prever que las empresas que triunfarían durante los ‘90 eran compañías de software informático. Si EE.UU. hubiese hecho lo mismo que los japoneses, hoy día Google y Microsoft probablemente no existirían e IBM sería un gigante de siete cabezas que tendría problemas similares a los de General Motors. El emprendimiento libre de los jóvenes de Silicon Valley demostró ser más poderoso que el dirigismo de las autoridades económicas japonesas.
El nivel de bienestar material alcanzado por los ciudadanos de países como Hong Kong, Corea del Sur y Nueva Zelandia en los últimos 20 años es una paliza de magnitudes para los intelectuales de la izquierda latinoamericana que pregonaban que los países pobres estaban condenados a dicha condición por la opresión de los países ricos del hemisferio norte. La excusa de ser países chicos, sin muchos recursos naturales y alejados de los centros mundiales de consumo, no fue suficiente para impedir que los países mencionados anteriormente lograran derrotar la pobreza y transformarse en países desarrollados. Tampoco debiera serlo para Chile. Ellos lo hicieron abrazando los principios de una sociedad libre y un sistema de economía de libre mercado. Nosotros no debemos ceder ante los cantos de sirena de los iluminados de turno. Chile ya eligió el camino de la libertad económica y debemos perseverar en esa elección. La historia de los últimos 50 años nos da la razón.
Por José Ramón Valente.
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