viernes, 7 de agosto de 2009

Quémese después de leerse.

Tienen que soportar y aguantar lo que venga, siempre de pie y sometidos a la inclemencia y la furia de los tiempos, cuando hablan o cuando callan. Están en la plaza pública y no son lo mejor ni lo peor del mundo, pero son de los nuestros. De Piñera y Frei a Arrate y MEO, aquí los perfiles imperfectos de nuestros presidenciables.

Jorge Arrate.

Jorge Arrate se inscribió en el Partido Socialista en 1963, el año de nacimiento de Brad Pitt y Johnny Depp, en el resto del mundo.

En nuestro mundo, en cambio, nació Pablo Zalaquett, el actual alcalde de Santiago, la única comuna donde Arrate alguna vez ganó una elección: concejal el 92 con apenas el 10% de los votos.

Sus grandes pasiones han sido la política y la literatura, porque es intelectualmente inquieto, pero lento de reflejos. Fue varias veces ministro y también embajador durante tres gobiernos de la Concertación, pero sólo después de quince años vino a descubrir que su destino original estaba fuera de la Concertación.

Este descubrimiento, a otra persona, le toma una semana, pero a él le tomó década y media de reflexión. Quizás por esto su único y gran amigo es Carlos Altamirano, con el que semanalmente juega a la chiflota, que es muy recomendable para ejercitar la memoria y la capacidad de retención.

Mientras Altamirano reflexiona en voz alta sobre Chile, Arrate vaga por los capítulos de su vida: nacionalización del cobre, la fundación de Editorial Quimantú, el día que conoció a Salvador Allende o los libros que ha escrito.

Después de un rato, cuando vuelven a enfocarse en la chiflota, que puede durar horas, recuerdan las tardes en Alemania Democrática, donde en un departamento con vista al Muro de Berlín, iniciaron la renovación del socialismo chileno.

En Rotterdam, Holanda, llevaron a cabo la segunda etapa, en el Instituto del Nuevo Chile, mientras comían arenque ahumado y un queso de bola roja.

La tercera etapa de la renovación socialista se produjo el 13 de julio del 2009, al mediodía, cuando Arrate se inscribió en el Partido Comunista.

Esta es la nave espacial Juntos Podemos Más, donde Jorge Arrate es a Carlos Altamirano lo que era el capitán Kirk al señor Spock.

Es el último viaje a las estrellas.

Marco Enríquez-Ominami.

El incansable Marco Enríquez-Ominami ha sido considerado un díscolo que enfrenta las jerarquías, un diputado incómodo para sus pares, alguien movedizo y distinto que instala las verdades chilenas -pacatas, conservadoras y temerosas- en el mural superior de la Francia libertaria y arrojada, con la sed de vivir de Mayo del 68.

Sin embargo, el proceso de instalación de su candidatura es sorprendente y difícil de entender para la mente francesa que, como se sabe, es más desarrollada que la chilena.

El mejor guía y consejero de este rebelde con causa presidencial es nada menos que su papá, Che Carlitos, como conocen al senador Carlos Ominami en Calle Larga, Hierro Viejo y El Melón, maravillosos pueblos de la V Región. En algunas zapaterías de Rinconada y Petorca, mantienen la foto del senador en un calendario, junto a señoritas ligeras de ropa o vistas panorámicas del Aconcagua nevado.

La persona que le organiza la publicidad y estrategia en los medios de comunicación, es su mamá. Doña Manola Gumucio, periodista de encanto, trinchera y lentejuelas, tan próxima a la plateada con puré (no picante), como a la cassoulet francesa.

Y el símbolo de toda la campaña es su esposa, la popular y querida señora Karen, que recuerda a las locomotoras Doggenweiler, las primeras eléctricas de su clase adquiridas por el Estado chileno.

En la distante Francia, si supieran que a un candidato lo aconseja el papá, la agenda la pone la mamá y que su mujer le hace la campaña, no tendrían dudas y dirían que es el candidato de la derecha, un conservador de lomo y tomo y agregarían en francés el equivalente a mamón.

Sólo en este rincón del mundo, entendemos a cabalidad el fenómeno político de Marco Enríquez, porque en Chile ya no nos extrañamos de nada.

Hernán Díaz Arrieta, el crítico Alone, seguramente, habría definido su candidatura presidencial con los mismos términos con que describió al criollismo: "Un reflujo del naturalismo francés".

Adolfo Zaldívar.

Siempre parece estar hablándole a la multitud, a las masas empobrecidas y a las columnas de la clase media, pese a que fue electo y reelecto senador con un poco más de once mil votos y gracias a esa exigua cantidad será senador por 16 años.

Entre los guarismos de su circunscripción y los del país hay una distancia colosal, pero su voluntad es de hierro y su mirada sobre sí mismo extremadamente generosa, que es como debe ser la mirada de todo candidato presidencial.
Le encantaría que lo llamaran Adolfo, no por confianzas ni tuteo, sino por respeto, porque no hay más que uno, por magnánimo y magnífico. Como Solimán, Atila o César.

Con su gesto adusto y perfil precolombino, se comporta como Alejandro cuando dirigía a sus huestes. Legiones que hacían temblar la tierra en el caso del macedonio y un par de pericos ociosos que arrastran los pies en el caso del chileno.

Así de grande es el precipicio.

A punto de cumplir 66 años, sería un desatino pedirle el retiro y comparar su nivel de influencia política con los de un jubilado con blog.

Del mismo modo, sólo sus familiares y el diputado Jaime Mulet, que para el caso es lo mismo, creen en su triunfo (y no todos), porque Adolfo Zaldívar obedece, en el fondo, a una cultura de clan, donde todos están amarrados por parentesco o descendencia y eso les da identidad, fortaleza y también vanas ilusiones.

Adolfo Zaldívar mejor se vería con un kilt o falda escocesa, con una gaita al hombro y a sus espaldas el perfil de una sombra sobre el agua: la del monstruo del lago Ness.

Su candidatura es una tarjeta turística de las tierras altas de Escocia, que no tiene que ver con la realidad chilena.
En otras palabras: una candidatura gaélica *.

(* Se dice de los dialectos de la lengua céltica que se hablan en ciertas comarcas de Escocia)

Sebastián Piñera.

Ningún chileno se extrañaría si le dijeran que los últimos libros que leyó completos Sebastián Piñera fueron dos: las novelas "Pacha Pulai" y "El Principito". Ambas en el colegio y en años sucesivos.

La respuesta a lo anterior es que nadie es perfecto y que el tiempo vuela, así que Sebastián Piñera necesita a su lado a una plantilla de colaboradores similar a la que tuvo "The Reader's Digest" en su época de oro, porque no se puede saber de todo (que era la pretensión de Ricardo Lagos Escobar) y, por tanto, es muy humano reconocerlo y nunca es tarde para empaparse del conocimiento, claro que no se puede empezar de cero y es necesario comenzar de algo.

Las citas a "La Biblia" no cuentan como lectura de corrido, porque se trata de momentos estelares y frases destacadas, gracias a una edición subrayada con un fino plumón, por algún grupo de asesores piadosos, donde hasta Rodrigo Hinzpeter podría ser parte de la terna.

Amanuenses, secretarios, escribientes, asesores, investigadores, publicistas, consuetas y un enorme ejército de liliputienses nacido en Tantauco -senadores, diputados, intelectuales, empresarios- con la misión de envasar el conocimiento humano: desde la poesía de Shakespeare a la química cuántica y desde Churchill a la nemotecnia.
En resúmenes perfectos y fáciles no sólo de entender, sino también de transmitir a los ciudadanos chilenos que tienen cada vez menos tiempo y escasos deseos de escuchar latas políticas, discursos prolongados y rollos ideológicos.

El Ogro de Ajaccio, estamos hablando del emperador Napoleón, ya lo dijo: "Un hombre de Estado debe tener el corazón en la cabeza".

Un lugar donde se almacena más y mejor información, sobre todo si viene como trivia por medio del Twitter: pocas líneas, parrafitos, pequeñas cosas, curiosidades y calugas con recetas de lo humano y lo divino, para el chef
Piñera y su recetario magistral.

Alejandro Navarro.

Alguna vez, en un confuso incidente, un carabinero le dio un golpe en la cabeza con un objeto contundente, que no fue la porra de madera conocida como "luma", sino algo más moderno: un bastón retráctil.

El recuerdo del episodio es para explicar que su autoproclamada candidatura presidencial, se pensaba, era básicamente retráctil, es decir, que así como apareció, un día iba a desaparecer.

Pero los caminos de la política son inescrutables y el senador fundó el MAS (Movimiento de Acción Social) y resulta que cada vez que sueña, sueña con él. No con el MAS, sino con su persona.

Esta situación provocaría insomnio y pesadillas imborrables a cualquier compatriota, por lo anómalo, pavoroso e inquietante del sueño, pero no en Navarro, por cierto que no, porque el autosueño lo que hace es convertir a la autoproclamación en una autoprofecía.

De otra manera: su mundo autodidacto impide la autocrítica y producto de la autosugestión cualquier día se despierta y se pide un autógrafo.

El análisis anterior no lo entiende nadie, naturalmente, excepto él, en su calidad de ente político autótrofo.
Es protagonista de una gesta similar, en su particular concepción de mundo, a La Araucana, que es donde sus personajes encuentran autor: Pamela Jiles es la indómita Guacolda, el juez Juan Guzmán el sorprendente cacique Colo Colo, Aucán Huilcamán es Aucán Huilcamán y el candidato Alejandro Navarro es una mezcla de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, Lautaro, Caupolicán y algo del conquistador Pedro de Valdivia, en poca medida.
Hay personajes y guión, falta la partitura musical y el título ya está: La Pérgola de las Flores.

Eduardo Frei.

Eduardo Frei, en 1993, salió electo Presidente con el 58% de los votos, y seamos serios: esa votación la repiten mil veces y nunca más saca tanto.

Ni él ni nadie. Ni la Concertación ni nada.

A los chilenos si algo nos gusta hacer, es pelear y discutir y para eso hay que estar divididos y si es en tres tercios, mejor todavía, por eso lo del 58% es irrepetible, no vuelve a ocurrir ni a palos ni por medio de milagros. Ni siquiera con el regreso de los héroes del Carmengate.

El porcentaje se explica por un contexto político-económico-social que no sólo es aburrido de explicar, sino de leer.

Fue ésa una época de gestos hieráticos, decisiones impenetrables y ánimo pétreo.

Es decir, se trató del chileno apropiado para un momento histórico movido por dentro, pero por fuera especialmente neutro, gris e inexpresivo.

Esos son los hechos.

Entonces, después de todo lo que ha pasado, aparece la candidatura de Eduardo Frei II y recargado hasta donde se puede, pese a que en un comienzo y en el universo concertacionista, se miraba con simpatía a Soledad Alvear, como una promesa a José Miguel Insulza, con un suspiro a Ricardo Lagos y de Frei no se decía nada, porque no parecía posible, sería como mucho, ya está bueno ya.

En la hora actual, la pregunta clave es la siguiente: ¿Qué tiene que hacer el pueblo concertacionista para votar por Frei de nuevo?

Respirar hondo, apechugar, poner la mente en blanco, cerrar los ojos, mirar para el lado, hacer de tripas corazón y morderse la lengua.

Además: hacer oídos sordos, entrar la guata, restañar heridas, aislar los instintos básicos, hacerse el tonto y arriscar los dedos de los pies.

También: apretar los dientes, soportar el dolor del alma, hacer la vista gorda, tragar saliva, enclaustrar los principios y apretar los glúteos.

Eso sería.

Por Liberty Balance – Revista El Sábado.
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