Los incidentes ocurridos en Chile protagonizados por indígenas mapuches y los sucesos de Bagua en Perú del pasado mes de junio parecen indicar que algunos movimientos indígenas en América latina han optado por la violencia y no por las urnas para hacer oir sus reclamaciones.
Cuando recientemente los movimientos indígenas han participado en elecciones (casos de Ecuador en 2002 o Guatemala en 2007) los movimientos indígenas han fracasado, mientras que las protestas lideradas por Evo Morales entre 2003 y 2005 le llevaron a la Presidencia de Bolivia en 2006 y los aymaras peruanos lograron en junio pasado derribar al primer ministro.
La sublevación zapatista de 1994 en México, liderada por el subcomandante Marcos, abrió a los movimientos indígenas un nuevo horizonte ya que demostró que la protesta armada daba a los indígenas visibilidad nacional e internacional e incluso mayor capacidad para influir en los gobiernos.
Desde entonces, los movimientos indígenas de América Latina han tenido dos vías de expresión: la electoral, mediante creación de partidos y movimientos (por ejemplo Pachakutik en Ecuador) y la violenta (protestas en Bolivia durante los gobierno de Hugo Bánzer y Gonzalo Sánchez de Lozada).
El fracaso de la vía electoral
La vía electoral ha dado grandes sinsabores a los indígenas: en 2002, Lucio Gutiérrez formó gobierno en Ecuador contando en su gabinete con presencia del movimiento indígena. En 2005, el fracaso del gobierno arrastró no sólo a Gutiérrez sino que ha dejado muy golpeados al movimiento político Pachakutik, y a la Confederación de Nacionalidades Indígenas que han sucumbido ante las fuerzas que apoyan a Rafael Correa.
Algunos analistas consideran que esos líderes populistas han conseguído cooptar al movimiento indígena que ha pasado a un segundo plano. El indigenismo ha dejado de ser la fuerza ascendente que era en los años 90. Sonia Alda, experta en movimientos indígenas, aseguró a INFOLATAM que "el problema del movimiento indígena es que ha sido absorbido por los populismos", como evidencia el caso de Rafael Correa en Ecuador.
La candidatura de Rigoberta Menchú para las elecciones presidenciales de Guatemala levantó muchas esperanzas ya que en este país centroamericano hay un 40% de indígenas. Que por ella votara sólo el 3% de la población mostró que el mundo indígena es mucho más variado y complejo de lo que parece desde fuera.
La llegada a la Presidencia de Bolivia de Evo Morales en 2006 demostró que las protestas eran un gran trampolín para alcanzar el poder. Dos gobiernos bolivianos (Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003 y Carlos Mesa en 2005) acabaron cayendo ante la oposición agresiva y las protestas lideradas por Morales quien en 2006 llegaba al Palacio Quemado de La Paz.
La sublevación en Perú
Los indígenas peruanos con sus protestas de junio demostraron su capacidad de influir en el gobierno ya que incluso provocaron la caída de un gobierno, el de Yehude Simon. Las comunidades nativas han protagonizado paros y manifestaciones que desembocaron en las matanzas de Bagua que se saldó con 34 víctimas, 24 policías y diez civiles.
Tras estos hechos, el Congreso de Perú derogó dos leyes rechazadas por las comunidades indígenas del Amazonas por considerarlas lesivas a sus derechos. Los sucesos ahondaron las diferencias entre el gobierno de Alan García y Evo Morales, que acusó al ejecutivo peruano de "genocidio" y el caldo de cultivo de esas protestas puede favorecer a políticos radicales como Ollanta Humala.
El investigador del Real Instituto Elcano, Carlos Malamud, escribió recientemente en INFOLATAM que "dentro de los movimientos indigenistas comienzan a producirse importantes fisuras y contradicciones. Algunos dirigentes quieren utilizar la tradición en su beneficio, y en el de algunas elites indígenas. Los derechos colectivos les permiten reforzar su situación y pensar en acceder de una forma más rápida al control de importantes recursos naturales que teóricamente les pertenecen dada su condición de "pueblos originarios".
El problema mapuche
El último ejemplo de protesta violenta está ocurriendo en Chile donde indígenas mapuches armados de boleadoras y palos se dedican a ocupar tierras. La violencia en la Araucanía no es nada nuevo en Chile, donde han muerto tres personas en los últimos seis años.
Los mapuches representan más de 600 mil habitantes y son el segundo pueblo indígena del continente americano, tras los aymara y han apostado por la recuperación de sus tierras ancestrales.
Los mapuches, a imitación de los zapatistas, han logrado crear entre los grupos radicales un lobby en Europa en apoyo a sus reclamaciones y desde algunos puntos les acusan de tener relaciones con las Farc y con ETA.
De esta forma las reclamaciones indígenas se mezclan cada día más con las de los grupos radicales. Sonia Alda, investigadora del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, considera que este hecho se puede considerar un fracaso ya que "han perdido parte de su identidad" aunque, por otro lado, puede verse como un éxito ya que "el discurso político tanto de los dirigentes populistas como de los no populistas se ha visto obligado a incorporar el tema de la pluralidad cultural y étnica al mensaje político".
Los mapuches han conseguido variar la agenda del gobierno de Michelle Bachelet que ha nombrado al ministro de la Presidencia, José Antonio Viera-Gallo, coordinador para asuntos indígenas. El Gobierno chileno estudia ahora la posibilidad de crear un Ministerio de Asuntos Indígenas, según anunció el propio Viera Gallo.
Todo apunta, como señalaba ayer el diario La Segunda, a que el sucesor de Michelle Bachelet (Sebastián Piñera, Eduardo Frei o Enríquez-Ominami) va a tener que lidiar con el siempre complicado problema mapuche, una verdadera patata caliente.
La Diablada y el Ekeko
Mucho más anecdótico en la forma es la reivindicación que ha hecho Evo Morales del baile de La Diablada y del diocesillo de la abundancia, el Ekeko. El presidente boliviano ha reclamado la bolivianeidad del baile y de la deidad atacando al gobierno de Alan García por querer apropiárselo.
Detrás de estas acciones se encuestra un Evo Morales en plena campaña electoral para las elecciones presidenciales de diciembre, y las tensiones con el gobierno de Alan García. Evo estimula el nacionalismo boliviano apelando a las tradiciones y la cultura aymara que comparten Bolivia y Perú.
Como reflexionaba Fernando Molina en un artículo en INFOLATAM, "este histerismo nacionalista implica contradicción con la guerra que declaró Morales al "colonialismo"...este afán de "descolonizar", una de las principales labores del régimen evista es actualizar las costumbres, los símbolos, los idiomas y el arte precolombinos....Sin embargo, en el "affaire de la diablada", el gobierno indianista no ha dudado en aferrarse a una construcción colonial y, sobre todo, republicana: la separación del Bajo y el Alto Perú (hoy Bolivia), que antes de la llegada de los conquistadores eran una sola unidad política y estaban integrados culturalmente (aunque con las obvias distinciones locales)".
Por Rogelio Núñez - Especial para Infolatam.
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