lunes, 21 de septiembre de 2009

La parábola del limpiador de parabrisas.

Todo automovilista ha tenido la experiencia de que en algún semáforo de una transitada esquina alguien se abalanza a limpiarle el parabrisas. La mayoría de las veces no hay tiempo de negarse, pues cuando se reacciona ya han arrojado jabón sobre el vidrio y no queda más que esperar a que terminen el trabajo y pagar por el servicio. Quien limpia es un genuino emprendedor y dependerá de su habilidad para conquistar clientes cuánto gane.

He oído muchas veces argumentar que la gente no acepta el servicio porque sucede a menudo que dan la luz verde y el trabajo aún continúa. Esto provoca taco, el nerviosismo del chofer y la molestia de los automovilistas que en la fila protestan haciendo sonar sus bocinas. Pero no poder avanzar y sentirse retenido por quien te limpia el parabrisas, más que una molestia, puede llevarnos a descubrir una verdadera parábola del desarrollo económico de un país.

Es admirable que quien está marginado del mercado del trabajo formal y que seguramente vive en condiciones miserables no se eche a morir, ni se humille mendigando, ni tampoco caiga en el microtráfico ni la delincuencia, sino que salga a luchar por su sustento. Para eso, contra toda adversidad, con hambre, frío o sol implacable, aguantando la indiferencia de algunos automovilistas, las groserías de otros y poniendo en riesgo su vida es capaz de ganarse su sustento honestamente.

La cantidad de limpiadores son una especie de “IMACEC” espontáneo y a la vista de todos. Este índice callejero mide crecimiento y actividad económica, pero combinados con la distribución del ingreso y la segregación social.

Que el limpiador obstruya la luz verde enseña que todo trabajo informal no permite que avance el desarrollo del cual dependerá que ellos mismos puedan dejar las esquinas por un trabajo estable y formal.

Por eso, quienes se impacientan mientras les terminan de limpiar el parabrisas deben aprender a ir ellos más lento en su enriquecimiento personal exigiendo menos privilegios laborales, y así abaratar el trabajo formal y que otros también puedan acceder a él. Lo que perderán en privilegios lo ganarán en un país que avanza más rápido. La informalidad y su contraparte, la excesiva burocracia, perpetúan la pobreza, castigan al más pobre y frenan el desarrollo.

Ser solidarios no es sólo ayudar en campañas o dejar que me limpien el parabrisas; ser solidarios implica estar dispuestos a trabajar más y ganar lo justo para que otros también tengan acceso al progreso y este sea generador de cohesión social. Una sociedad segregada socialmente es comparable a una ciudad en que los semáforos están en verde pero el tránsito no fluye adecuadamente.

Por último, quienes aprovechando el cómplice semáforo nos limpian los parabrisas están mostrándonos que los pobres no son flojos, que son creativos y busquillas, y que prefieren oportunidades de trabajo a que les entreguen bonos. Ellos se resisten a no hacer nada o a mendigar, ellos quieren ganarse la vida en forma honesta.

Qué cruda parábola de nuestra injusticia social. Ellos, fuera, a la intemperie, trabajando duro para ganar el pan, sin vacaciones, ni garantías laborales ni jubilación, y dan la luz verde y los que manejan autos y oportunidades avanzan, y ellos, a pesar de su trabajo, se quedan atrás.

Por Felipe Berríos – Revista El Sábado.
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