El sistema político se ha sobreprotegido por múltiples barreras de entrada, imposibilitando la aparición de actores nuevos en los sectores tradicionales, por una parte, y evitando la creación de espacios políticos alternativos, por otra. Hoy en día sólo los jóvenes pertenecientes a las clases dirigentes, herederos naturales de una clase política esclerosada, mantienen un razonable grado de participación política.
En una columna recientemente publicada en El Mercurio, el sociólogo Eugenio Tironi llamó a acostumbrarse al hecho que los jóvenes no se inscriban en los registros electorales. La explicación de su escasa participación electoral, señaló, es simple: los jóvenes no quieren compromisos que los aten y aborrecen la acción estratégica que no logra fines inmediatos. La respuesta es simple, es cierto, pero por lo mismo resulta incompleta.
Efectivamente los jóvenes votan menos en general y dicha baja está en parte explicada por características propias de su segmento etario. Sin embargo, dicha generalidad es insuficiente para explicar patrones más específicos que se presentan en el caso chileno.
Nuestro país, en primer término, no sólo exhibe una baja tasa de participación juvenil sino que es la más baja del mundo. La tasa entre menores de 30 años es un exiguo 20 por ciento. Más aún, dicha proporción ha mostrado un persistente declive durante dos décadas, lo cual también constituye un hecho inédito, y no muestra signos visibles de reversión. ¿Debemos suponer, entonces, que los jóvenes chilenos son un caso anómalo de falta de compromiso a nivel mundial?
En segundo lugar, los jóvenes chilenos no se registran al azar. El padrón juvenil tiene un marcado sesgo clasista: los jóvenes de las comunas ricas se inscriben mucho más que aquellos de las comunas pobres. Las tasas de registro juvenil en las Condes, Vitacura o Providencia triplican el promedio nacional. ¿Tendremos que suponer, también, que los jóvenes ricos son menos proclives a la autonomía y la inmediatez que los pobres?
La simpleza a la que alude Tironi confunde, pues hace parecer natural aquello que no lo es.
En las democracias modernas los jóvenes sí votan. La principal causa que explica la variación en la participación electoral a través del mundo es la institucionalidad política, que a su vez determina la calidad de la democracia. Por ello resulta conveniente revisar el papel que tienen nuestras instituciones sobre la excepcional apatía política de los ciudadanos.
La transición chilena fue única por cuanto estuvo completamente contenida dentro de las instituciones autoritarias del régimen precedente. Bajo esas reglas, se privilegió el acuerdo y la estabilidad por sobre el disenso y la competencia; para preservarla, se evitó el cambio. Dicho congelamiento político excluyó a las generaciones más jóvenes; la transición, para sobrevivir, debía ser conducida por la antigua pero renovada generación de los 60'. El sistema político fue sobreprotegido por múltiples barreras a la entrada, imposibilitando la aparición de actores nuevos en los sectores tradicionales, por una parte, y evitando la creación de espacios políticos alternativos, por otra. Hoy en día sólo los jóvenes pertenecientes a las clases dirigentes, herederos naturales de una clase política esclerosada, mantienen un razonable grado de participación política.
La casi nula participación juvenil en Chile sugiere una democracia en crisis. No es un hecho natural, y la solución no es acostumbrarse como sugiere Tironi. Afortunadamente, el candidato de la Concertación Eduardo Frei no parece compartir esta complacencia, y ha puesto énfasis en reformar la principal causa de la enfermedad: las instituciones políticas de la transición.
Por Alejandro Corvalán, Departamento de Economía, New York University – El Mostrador.
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