viernes, 25 de enero de 2008

Si preguntan quién fue Bernardo Leighton, podremos decir que entre las calles Arturo Prat y Santa Isabel existe una plaza que lleva su nombre.


Un 26 de Enero de 1995, partio un grande de la DC., nuestro Homenaje Camarada Leighton.

Biografía: Bernardo Leighton Guzman

Nacimiento, 16 de agosto de 1909 – Santiago, 26 de enero de 1995, político chileno, uno de los fundadores de la Democracia Cristiana.

Hijo de Bernardino Leighton Gajardo y de Sinforosa Guzmán Gallegos.

Como dirigente universitario en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, le cupo un activo rol en las movilizaciones que culminaron con el derrocamiento de Carlos Ibáñez del Campo, en 1931. El mismo año fue enviado por el ministro del Interior, Marcial Mora, a Coquimbo, con el fin de evitar que la llamada Sublevación de la Escuadra fuera apoyada por la población civil local.

En 1937 fue nombrado ministro del Trabajo por el Presidente Arturo Alessandri Palma.

Junto a Eduardo Frei Montalva, Rafael Agustín Gumucio, Manuel Garretón, Radomiro Tomic y otros, funda la Falange Nacional, futuro partido Demócrata Cristiano.

Durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva ocupa el cargo de Ministro del Interior. Tras esto fue electo diputado por Santiago en 1969 y reelecto en 1973.

Exiliado por el Régimen Militar por intentar acercar la DC con partidos de izquierdas para fortalecer la oposición al régimen, el 5 de octubre de 1975 el y su esposa Anita Fresno sufrieron un atentado en Roma, quedando parapléjico de por vida, por parte de neofascistas italianos en asociación con Stefano delle Chiaie, que en ese entonces trabajaba para la DINA, el organismo de represión del régimen militar chileno. Según documentos desclasificados de la CIA, Stefano delle Chiaie había encontrado antes al agente de la DINA Michael Townley y al Cubano Virgilio Paz Romero (un compañero de Luis Posada Carriles), para preparar el atentado contra Leighton.

En 1978 se le permite el ingreso al país; por su avanzada edad y su frágil salud, se retiró a la vida privada. Murió el 26 de enero de 1995.


Pensar la Política y Actuar la Política: recuerdo de Bernardo Leighton
Por Bernardo Navarrete Yáñez

Dignun et justum est, aequum et salutare

Un 26 de enero de 1995-, fallecía Bernardo Leighton Guzmán a la edad de 85 años,. Pocas veces alguien dedicado a la política ha provocado tan inequívocos sentimientos de pesar. Como pocos, será recordado por amigos y adversarios como un político distinto. Quienes le han dedicado palabras desde hace once años, lo han hecho en un lenguaje que refleja tanto el apasionamiento como la razón, pero que se unen en el sentimiento de vivir en un mundo que necesita personas como el “hermano Bernardo”, y esto es transversal al credo religioso, posición política y visión de la sociedad que se sustente.

La política es un oficio que en Chile no ha gozado de especial afecto por parte de la ciudadanía, la que más bien ha tenido una imagen desfavorable de ella (Baño, 1993). En la “vieja democracia” las opiniones coincidían -independientemente de la clase social-, en destacar a los políticos como los que menos “hacían” por Chile (Moulian, 1965). En la “nueva democracia” la opinión no es demasiado distinta. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su informe de 2000, demuestra que más del 80 por ciento de los ciudadanos desconfía de la clase política, incluso -siguiendo a Roberto Méndez (2004)- la “gente sospecha de la calidad moral de nuestra elite política”.

Sin embargo, cada generación ha producido hombres extraordinarios, que han sido reconocidos en base a un talento natural o a la formación que recibieron; cada generación ha sabido distinguirlos -a ellos y a quienes en su momento supieron vincularse-. En efecto, Bernardo Leighton formó parte de la Falange Nacional, “un partido sin poder estatal significativo, pero que había conseguido una cierta influencia política bastante superior a su fuerza electoral. Esa influencia se basaba en la calidad de sus dirigentes y líderes políticos, casi todos provenientes del campo profesional, estudiosos y cultos. También se basaba en que había logrado constituir una imagen de pureza y limpieza política y poseer una visión nacional de los problemas, ajena al particularismo y a la mezquindad de los partidos clientelísticos" (Moulián, 1986). Si bien creemos que se ha ido generando una leyenda “falangista” no siempre ajustada a la realidad, en Leighton parece acercársele.

No podemos olvidar que para los dirigentes de la actual Democracia Cristiana, esta leyenda ha generado una sobre exigencia conduccional frente a la cual la mayoría de quienes la han presidido, han fracasado, ya sea en el plano electoral o en el de las definiciones programáticas, además de enfrentar la desconfianza que genera un partido que ocupa el centro, donde la izquierda lo percibirá como una derecha disfrazada y ésta, a su vez, lo definirá como una izquierda que tiene miedo de asumirse como tal (Bobbio, 1996).

Bernardo Leighton ejerció un oficio que de manera frecuente era realizado mediocremente. En palabras de Gabriela Mistral, la causa de las crisis que enfrentaban los pueblos, se explicaba fundamentalmente por el ejercicio mediocre de los oficios, en especial por el de los políticos, empresarios, sacerdotes, abogados y profesores (Bates, 2003). Pero Leighton, como pocos, no será recordado por amigos y adversarios como un político mediocre.

Maximiano Errázuriz (Enero 2005), diputado de Renovación Nacional, señala que conoció a Leighton durante los cuatro meses en que ejerció como parlamentario, mandato interrumpido el 11 de septiembre de 1973. Recuerda las preocupaciones más personales y la constante pregunta que Bernardo le formulaba: “¿te casaste al fin?” “Nunca le oí descalificar a nadie. Podría criticar actitudes, pero nunca a las personas”, señala. Esta conducta era considerada extraña, ya que en la política estaba instalada una intensa conciencia sectaria, por la que cualquier exceso del bando propio merecía absolución moral en la misma medida en que se la negaba al adversario.

Siete meses después, el 22 de agosto de 2005, Maximiano Errázuriz compartió sus reflexiones con José de Gregorio, el padre José Aldunate, el ex diputado Andrés Aylwin y Patricio Santamaría Mutis en el acto “Recordando a Bernardo Leighton Guzmán”(Santamaría, 2005). En esa oportunidad se recordó un aspecto central: la figura de Leighton fue la de un resistente, un hombre que dio sentido a la palabra No: No a la injusticia, No al odio y la venganza, inclinándose con dificultad y dolor físico para dar un testimonio de reconciliación y para sembrar la semilla de la verdad y la justicia.

Buena parte de los anterior está descrito en el ya clásico libro de Otto Boye (1999), Hermano Bernardo. A través de sus páginas vemos cómo “aprendió la lección de no alentar ni aplaudir jamás la caída de gobiernos constitucionales” ni la indignidad de usar “en provecho propio, el arma que se prohíbe al adversario”. ¿Cómo se pudo atentar contra la vida de este hombre bueno?

La respuesta la encontramos en el libro de Patricia Mayorga (2003), El cóndor negro, una investigación sobre el atentado a Bernardo y su esposa Anita. En este texto efectivamente está el cómo, pero nos deja la eterna pregunta del porqué, ya que ¿puede alguien justificar moralmente estas prácticas, hay alguien que no condene estas actuaciones? De hecho, uno de los méritos de este libro radica en que nos introduce a la vida diaria de la familia Leighton-Fresno en Roma, donde se vivía con sencillez, sin grandes recursos, como bien describe en el prólogo el entonces becario, José Antonio Viera-Gallo.

Cuando se atentó contra Bernardo Leighton fue contra un exiliado, y nada repugna más al sentido moral que la persecución y el exilio inflingido de modo intencional e innecesario; es injusto, ofensivo y genera gratuitamente el sentimiento de ser objeto de repudio, especialmente para un hombre que fue la expresión de nuestras tradiciones republicanas y, muy especialmente, de la deliberación política, entendida como una confrontación argumentativa entre posiciones distintas. Pero los esbirros mataron algo de Bernardo; él ya no sería el mismo. Para Michael Townley -autor intelectual del atentado, entre otros- “el objetivo de neutralización se había logrado, ya que en el futuro Leigthon no podría tomar parte activa en la vida política del país”.

El 8 de noviembre de 1975, el diario La Segunda dio cuenta del hecho (ocurrido el 6 de octubre), reproduciendo el argumento -absolutamente falso-, de que los “anticastristas” habrían sido quienes perpetraron el atentado, agregando que “el hecho se registró hace algún tiempo en Roma, donde el ex dirigente democratacristiano, que ahora participa junto con los marxistas en las campañas contra Chile, aún esta hospitalizado”. Este vespertino, en un estilo innoble, olvidó que Bernardo Leighton fue un político de palabras y persuasión y no de fuerza y violencia.

El Papa Pío XI escribía que “la forma más alta de la Caridad, del amor a Dios en el Servicio al prójimo, después del estado religioso mismo, es la política, es la acción política”. No extraña entonces que los partidos basen su influencia política en la calidad de sus dirigentes y líderes políticos, que, en el caso de Leighton, se fundamentaba en una existencia austera, que ha trascendido su tiempo y la ha legado, a veces demasiado generosamente, a la Democracia Cristiana.

Sin embargo, Leighton no nos heredó un “porfiado esqueleto de palabras”, hecho lamentable ya que sólo nos hemos quedado con las virtudes cívicas de este hombre sencillo, humilde y, muy especialmente, con su personalidad como un referente moral para nuestro diario vivir; pero nada sabemos de los tópicos sobre los que se le reconocía competencia ¿Esto quiere decir que actuó la política más que pensarla? La fundación que lleva su nombre tiene la palabra, ya que existe un rico patrimonio de ideas y de obras que Bernardo concibió durante su vida de las que, irónicamente, sabemos muy poco y que continúan sólo en la memoria de los que le conocieron, privándonos de la llamada genealogía no genética de cada uno de nosotros.

Asumimos, a través de quienes le conocieron, que la política en Bernardo no era ambigua, esa que consiste en decir una cosa que no se acaba de hacer y hacer otra que no se acaba de decir; asumimos que no ejerció la política sinuosa, aquella que se hace sin decir del todo, sin acabar de decir ni el nombre del camino ni el de la meta. A lo mejor es prisionero de una imagen y está en nuestras manos cambiarla, donde es posible que se guarden las formas, pero indefectiblemente terminaremos sabiendo que era un activista de la ética, un hombre que practicó la verdad y el bien de una manera desprevenida.

Si preguntáramos quién fue Bernardo Leighton en alguna encuesta, confirmaríamos lo poco que se le conoce. Razones habría suficientes, entre otras por la pobre formación cívica que se recibía y se recibe hoy, o porque estamos ante uno de los hombres que demostró menos presuntuosidad en la historia de la política chilena. Es otra ironía que en la “vieja democracia” había mucho tiempo y poca información, y ahora la información nos desborda y tenemos poco tiempo, y con ello los once años desde su muerte han pasado calladamente en los medios y en las memorias de las mayorías.

Si preguntan quién fue Bernardo Leighton, podremos decir que entre las calles Arturo Prat y Santa Isabel existe una plaza que lleva su nombre. En ella se reúnen los que le recuerdan, especialmente porque Leighton tuvo la visión de plantearle a su partido las consecuencias que traería el Golpe Militar de 1973
.
A pocos días de ocurrido el quiebre de la “vieja democracia”, él, Radomiro Tomic, Mariano Ruiz-Esquide, Belisario Velasco, Ignacio Palma, Jorge Donoso, Florencio Ceballos, Sergio Saavedra, Andrés Aylwin, Jorge Cash, Waldemar Carrasco, Fernando Sanhueza, Ignacio Balbontín, Claudio Huepe, Marino Penna y Renán Fuentealba, firmaron una carta que ya forma parte de la historia de este país.

Si preguntan quién fue Bernardo Leighton, podremos decir que su partido, al evaluar su responsabilidad con los últimos treinta años, recordó: "La mejor lección para superar un trance tan doloroso como el vivido por Chile desde la óptica y la responsabilidad de un dirigente político, es la que nos enseñara una de nuestras figuras más ilustres, el primero entre los primeros, Bernardo Leighton, quien al retornar a Chile luego de sufrir durante su exilio en Roma, él y Anita, su esposa, el atentado preparado por los organismos de seguridad de la dictadura, jamás se les escuchó una queja o una recriminación. Bernardo, incluso, hablaba del atentado como 'el accidente'; perdonó sin estridencias y no aceptó transformarse en víctima propiciatoria de nada ni de nadie y no dedujo querellas ni demandó indemnizaciones". (Democracia Cristiana. 1999).

Tal vez el sentimiento que genera Leighton se refleja bien en las palabras de Doris Lessing, al aceptar el Premio Príncipe de Asturias para las Letras: "Érase una vez un tiempo -y parece ya muy lejano- en el que existía una figura respetada”.

Gentileza: Bernardo Navarrete YáñezProfesor del Departamento de Ciencia Política. Universidad de Chile
.
Nuestro Homenaje Camarada Leighton, Carlos Saavedra Martinez.
.

No hay comentarios.: