viernes, 5 de diciembre de 2008

La decisión democratacristiana.

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Si se ha de negociar en Concertación para obtener una cartilla parlamentaria, quienes dirijan la falange deben ser capaces de implementar lo que acuerdan. Si se ha de apoyar a un candidato presidencial, deben mover todos los recursos partidarios.
Es normal que los partidos oscilen en su adhesión. A veces concitan más apoyo cuando sintonizan mejor con las necesidades del momento, otras veces pierden apoyo cuando sufren procesos de desgaste o cuando a otros les va mejor en convencer sobre cuáles son las mejores opciones disponibles. Cuando un partido oscila de este modo y le toca una mala temporada, lo que debe hacer es cambiar a las personas que lo dirigen, porque el camino que se ha seguido ha dejado de ser adecuado y se hace necesario optar por alguna de las otras opciones estratégicas que siempre están presentes en su interior.
Pero no ha sido éste el tema de la DC, porque en una década y media sólo ha conocido el escenario de una gradual y constante pérdida de votantes. Esto quiere decir que, sea lo que fuere que no esté funcionando, no se relaciona simplemente con las características personales de los líderes del momento. Han de ser errores compartidos y, si se quiere, "cuidados" por todos. A ratos, la Democracia Cristiana ha aparecido como dispuesta a renunciar a todo, menos a sus errores. De ahí la baja.

El tema de saber lo que sucede y tener un diagnóstico certero sobre la situación de la falange es de gran importancia más allá de sus fronteras. Ocurre que, por la confluencia de múltiples factores, la Democracia Cristiana se aproxima a uno de esos momentos en que puede iniciar un giro en su evolución conocida. En pocos días más, tendrá lugar el acto partidario más importante, la Junta Nacional, y lo que ella decida tendrá amplias repercusiones. Simplemente no hay espacio para desperdiciar una oportunidad como ésta. El asunto reside en saber qué debe salir de este acontecimiento y qué es lo que se debe iniciar con él. Los democratacristianos quisieran que su Junta sirviera para todos sus propósitos al mismo tiempo. Quieren renovarse, mostrar nuevos rostros, tener opinión consensuada en los temas relevantes, apoyar a su candidato presidencial, respaldar una buena negociación parlamentaria, etcétera. Demasiado para un solo acto. La verdad es que, en el caso de un partido, lo que importa es tener la certeza de que se está en el camino de la recuperación, más que pretenderlo todo y rápido.

Muchas cosas son deseables. Se puede decir que, en este caso como en tantos otros, lo que muchos quisieran ver son rostros nuevos o renovar los impulsos al conjunto de la organización. Pero hay que decir que para que eso suceda, se requiere una decisión previa de los participantes de la Junta Nacional que va contra lo que les resulta habitual. A un acontecimiento de estas características van los consagrados, y los consagrados son los que llevan más tiempo, y suelen gustar de lo conocido. Lo primero a lo que hay que escapar es a los lugares comunes y a las soluciones fáciles. Si le preguntan a un DC qué explica los problemas por los que atraviesa su partido, lo primero que dirá es que faltan ideas y propuestas. Y eso no corresponde con la realidad.

La falange es un partido que dedicó un año y medio a la preparación de un congreso cuya finalidad expresa era la renovación de las ideas. A la DC no le faltan ideas, lo que le falta es darles la importancia que tienen y persistir en su profundización. No serán nuevas declaraciones lo que logre un giro. Esto parece más urgente de asumir cuando de izquierda a derecha cada cual parece estar diciendo lo mismo y con parecidas palabras.

Hoy, en toda la banda del espectro político se han sacado las mismas conclusiones que antes distinguían y diferenciaban a los democratacristianos: defensa de la democracia y de los derechos humanos, cuidado de combinar justicia con libertad, promoción de la participación ciudadana, decidida opción por el camino de la profundización de las reformas. Por si fuera poco son muchos los que convergen hacia el centro político. En otra época la radicalidad política estaba muy bien expresada en los extremos, que eran poderosos y de perfiles claros. Entonces la moderación política era relativamente fácil de expresar.

Ése es el escenario al que la DC sigue mentalmente ligada. Pero ahora el anverso de la moderación no es la tentación de la violencia, sino la práctica del populismo y de la irresponsabilidad. Cuando eso sucede, quien quiera ser una opción auténticamente renovadora debe practicar una política fuertemente fundamentada en valores, que recoja los dilemas más acuciantes de su sociedad, y que acompañe a la mayoría ciudadana en las decisiones que más importan en su vida cotidiana. Los desafíos son éticos y hay que atreverse a optar en temas peliagudos. Pero la DC no ha optado hasta ahora por el camino difícil. En un ambiente general de banalidad y desembozada exhibición de ambiciones individuales, se ha comportado como un mal imitador de los defectos más comunes. Por eso le va mal. No porque represente un opción obsoleta, sino porque no representa nada definido y reconocible para la gran mayoría de los ciudadanos.

Por eso digo que el problema de fondo no reside en una ausencia de ideas, sino de convicciones vividas. Una reacción que se haga cargo de esto no ha de madurar en un solo hecho, pero se ha de expresar en él. En el trasfondo muchos más han de ser aquellos que trabajan por el bien común partidario. A nombre de la DC y en cargos importantes falta gente formada en sus valores profundos. Pero, ¿desde hace cuánto no es prioridad partidaria formar a su gente? Faltan jóvenes, pero, ¿quién se dedica ciento por ciento a ello? Falta apoyo profesional en la toma de decisiones, pero ¿quién lo organiza y lo solicita? No se invierte en lo permanente y la atención está centrada donde apuntan las cámaras de televisión. ¡Y después alguien se asombra de lo que ocurre!

Como se ve, el mal de este partido es un mal de muchos, sólo que el PDC ha estado a la cabeza del pelotón por mucho tiempo y, por lo tanto, el desgaste ha sido mayor y más prolongado. El camino fácil es exhibir rostros que permitan mostrar la apariencia de renovación. Es difícil, emprender el rumbo, lento y cuesta arriba, de la renovación auténtica. El problema no es de imagen, el problema es de espíritu. El asunto no está en que reaccione uno o algunos. Se ha de reaccionar en comunidad para que los problemas se solucionen.

Además, lo que parece estar en la cabeza de muchos es encontrar a unos cuantos a los cuales encajarles una responsabilidad que es eminentemente colectiva. Pero esto es pedir demasiado. Es más fácil encontrar líderes responsables que personajes mágicos. En realidad, no hay posibilidad de reemplazar un cambio institucional del que todos deben hacerse responsable, al menos en parte. Esto se logra con lentitud, aunque alguna vez hay que empezar. Por cierto, la solución a sus problemas es tan fácil de decir como difícil ha resultado de implementar. En el orden de prioridades, lo que se necesita es, antes que todo, contar con una dirección representativa y dotada de autoridad. Necesita una directiva en serio, más que en lindo. Una dirección representativa significa constituir un equipo de trabajo en que todos los sectores representativos están incluidos. Son parte de la tarea y de la responsabilidad a asumir. Nadie mira desde el balcón cómo llegar a la próxima mala noticia, sino que todos trabajan en la cancha para ganar.

Una dirección dotada de autoridad significa que se escoge a las personas capaces de responder ante los demás actores políticos por las decisiones que se toman. Si se ha de negociar en Concertación para obtener una cartilla parlamentaria, quienes dirijan la falange deben ser capaces de implementar lo que acuerdan. Si se ha de apoyar a un candidato presidencial, deben mover todos los recursos partidarios tras este propósito, sin aceptar las excusas de nadie. La solución a los problemas de la DC no es una directiva, pero la DC ha de generar una directiva que trabaje para buscar soluciones. Un equipo de trabajo fuerte y representativo capaz de respaldar sus opciones parlamentarias y sostener una candidatura presidencial. Muchas otras cosas se han de iniciar, pero de esta Junta no se puede salir con nada menos.

Por Víctor Maldonado
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