Cuba es una dictadura. Qué duda cabe. China y Vietnam también lo son. Sin embargo, a nadie se le ocurre por estas tierras exigir reuniones con los disidentes chinos o vietnamitas, y qué duda cabe que los hay. Lo que impera es una cierta lógica de “realpolitik”, con fuerte énfasis en los temas comerciales, y alguna preocupación por los temas ineludibles de la paz y la seguridad a nivel internacional.
¿Por qué es otra la lógica que impera en relación con un viaje como el que realiza en estos días la Presidenta Bachelet a Cuba? La razón es muy simple: Cuba está en nuestro barrio, o vecindario, y destiñe con todas las tendencias que imperan en el mundo: una nueva conciencia ética y jurídica acerca del valor de los derechos humanos, frente a los cuales la “razón de Estado” y el principio de “no intervención” ya no son aceptables como “argumentos” para violarlos; una ola democratizadora sin precedentes en la historia de la humanidad; el libre comercio y la apertura económica, entre otras megatendencias. Nada de eso existe en Cuba: se trata de una dictadura cerrada y oprobiosa, que viola sistemáticamente los derechos humanos, al interior de una economía controlada por el Estado.
Y es que este tipo de situaciones ya no son aceptables en un sistema interamericano que abarca 34 estados que van desde Canadá hasta la Patagonia y que celebran, periódicamente, elecciones libres y democráticas. Incluso países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, que innumerables veces están en el borde de muchas de las buenas prácticas democráticas, celebran elecciones en forma periódica, con grados no despreciables de libertad de expresión y de asociación.
Dicho lo anterior, ha hecho bien la Presidenta Bachelet en ir a Cuba, en visita oficial. Chile tiene relaciones bilaterales normales con dicho país. Una visita oficial no significa aceptar o cohonestar el régimen político, o la ideología, imperantes en el país anfitrión. Se trata de un reconocimiento de que, a pesar de todo, hay intereses comunes entre Chile y Cuba. La agenda a tratar es la que resulta posible en el marco de las actuales relaciones bilaterales.
La democracia cristiana, mi partido, ha hecho bien en expresar su solidaridad con los disidentes cubanos, exigiendo la liberación de los mismos. Las relaciones internacionales no lo son sólo entre los estados. Hay todo un campo de posibilidades abiertas para los partidos, los parlamentos y el sinnúmero de expresiones de la sociedad civil. Todo auténtico demócrata, que cree en el valor de la libertad, solidarizará con los disidentes cubanos y condenará, de la manera más enérgica, el régimen imperante.
Sin embargo, es exagerada la prohibición para que sus militantes se sumen a la comitiva oficial. Son tan profundas las diferencias entre la democracia cristiana y el comunismo que aquélla nunca ha necesitado recurrir al anticomunismo. No es necesario. Los ejemplos son abrumadores, partiendo por la brillante intervención de Radomiro Tomic, a nombre de la Falange Nacional, en el Parlamento de la República, mostrando nuestra oposición a la Ley de Defensa de la Democracia –lo que les valió a los viejos “falangistas” ser acusados por un obispo de la época de “enemigos de Cristo”.
Hay otra razón de peso para no persistir en este tipo de actitudes. El embargo vigente durante 50 años por parte de los Estados Unidos ha sido un fracaso completo. Pero, seamos claros, también ha fracasado el aislamiento de Cuba en la región, rémora de la Guerra Fría. Hay que levantar el embargo, que provee de una excusa o pretexto al régimen cubano para oprimir aún más a su pueblo, y hay que reintegrar, de manera paulatina, inteligente y decidida, a Cuba al sistema interamericano. Una Cuba aislada, de América Latina, del mundo, de la comunidad de democracias, es caldo de cultivo para los afanes dictatoriales del régimen imperante. Más temprano que tarde el régimen cubano cederá a las nuevas tendencias globales y, para que eso sea lo más pacífico posible, hay que tender puentes y crear un escenario que facilite la tan ansiada transición a la democracia en dicho país del Caribe y de América Latina.
Por Ignacio Walker
viernes, 13 de febrero de 2009
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