miércoles, 3 de febrero de 2010

El primer error de Piñera.

La centroderecha no gobernaba en democracia desde el año 64, cuando Jorge Alessandri le entregó la banda presidencial a Eduardo Frei Montalva. La izquierda no era opositora en democracia desde el 70, cuando Salvador Allende recibió la banda del propio Eduardo Frei. Dos circunstancias históricas que exponen, de algún modo, la trascendencia que tienen las elecciones recién concluidas y el ciclo político que se inicia el próximo 11 de marzo.

Sebastián Piñera busca en estos días dar con un perfil adecuado para su mandato y su nueva administración. Los mensajes han apuntado a reforzar lo que fue el gran acierto de su campaña: la unidad nacional y la voluntad de terminar con la inercia, asumiendo el imperativo evidente de que el país espera más un cambio de ritmo que de rumbo. En rigor, la nueva coalición gobernante pareciera tener claro que su triunfo fue la expresión de una mayoría electoral, algo que responde más a los logros de una campaña donde los éxitos se combinan con los errores e insuficiencias de sus adversarios, y que no implica necesariamente que se haya consolidado ya una nueva mayoría política y social. El desafío político de Piñera es quebrar y enterrar definitivamente el eje bipolar del Sí y el No, lograr que la centroderecha pueda ser evaluada en función del gobierno que se inicia y no de los traumas o temores del pasado. Es, sin duda, una apuesta difícil, que tiene y tendrá todavía la resistencia activa de un sector importante de la centroizquierda, para la que la continuidad real o simbólica de una férrea línea divisoria en el sistema político será por un buen tiempo el alimento de su sobrevivencia y de su rearticulación.

La unidad de propósitos, las caras nuevas y la valoración de los logros de estos veinte años facilitan el objetivo del nuevo gobierno, pero hay escollos que enredan y dificultan la tarea, y respecto de los cuales el Presidente electo ha dado señales más bien erráticas. El principal y el primero es el manejo de su patrimonio, cuestión que se ha mantenido demasiado presente en la agenda pública y sin vías de resolución claras. Es a todas luces nocivo para un Presidente que aspira a representar una nueva mayoría el que Chile siga pendiente de si suben o bajan sus acciones, si vende o no vende la totalidad de sus empresas, si habrá o no habrá fideicomiso ciego. Se puede discutir si era legítimo o no vender antes de conocer el resultado de la elección, pero lo que sí resultaba imprescindible era tener un cronograma y un procedimiento claro, tanto para la venta de sus activos, como para la administración seria y responsable del patrimonio financiero resultante. En este aspecto, las dos primeras semanas han sido malas para Piñera, y, mientras más demore, más costos pagará teniendo este flanco abierto. Sin ir más lejos, el futuro Presidente deberá designar en marzo al nuevo director del SII, es decir, a la autoridad encargada de fiscalizar el pago de impuestos de las utilidades que obtenga con la venta de sus acciones.

La Concertación intuye con certeza que, a medida que se desdibuja el eje dictadura-democracia, el tema del dinero y de la enorme riqueza del Presidente puede reponer una nueva dicotomía, un caldo de cultivo de dudas y desconfianzas respecto de sus reales compromisos y prioridades. Frente a la ausencia de tiranos y de violaciones de los DD.HH., nada mejor que el fantasma del dinero y la ambición de los ricos. Es algo que Piñera y su entorno debieron haber previsto y que le está pasando la cuenta demasiado tempranamente. Salvo que el nuevo Presidente tenga la decisión y la capacidad de hacer como Berlusconi: convertir su opulencia y sus eventuales excesos en una diversión pública, nada positivo saldrá para el nuevo gobierno de este doble juego, donde las dos caras de un mismo personaje no logran todavía separarse y diferenciarse. A poco más de un mes del cambio de mando, cuesta imaginar que este nudo pueda estar completamente desatado a tiempo y los riesgos políticos de ello son, sin demasiado ingenio, fáciles de prever.
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Por Max Colodro - La Segunda.
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