Se cumplen 28 años de la muerte del Presidente Eduardo Frei Montalva, el gran maestro de toda una generación. El año 2004, poco antes de fallecer, Raúl Troncoso Castillo, ex ministro muy cercano a la familia Frei, en el acto de conmemoración de la muerte del ex Presidente señaló: “Ser discípulo significa aprender una doctrina, arte o ciencia con un maestro. Pero discípulo significa también seguir la escuela de un maestro, aun cuando se viva en tiempos posteriores a él”.
Lo esencial de un maestro es que trasciende en quienes lo siguen en un enorme legado del espíritu. Esas personas portan consigo un lugar interior, sólido y profundo, desde el cual son capaces de enseñar a otros su visión y su ciencia, de abrir huella, de invitar con fuerza a vivir la entrega total del servicio a los demás, por un puro acto de amor a Chile.
Esta manera de situarse y participar en la vida pública del país marca ya a varias generaciones. Así lo demostró su hijo, el ex Presidente y actual senador Eduardo Frei Ruiz-Tagle, quien durante la reciente campaña presidencial entregó un testimonio de entereza moral reconocido por todos.
Es urgente recuperar la calidad del espíritu que surge de convicciones profundas y permanentes, e inspirar desde allí la construcción de un nuevo proyecto político, humano y técnico para el Chile de hoy.
Frei Montalva soñó con una revolución en libertad, la que se tradujo en obras de gran trascendencia para Chile. Alcanzó la chilenización del cobre, abordó la reforma agraria, la educación escolar obligatoria de 8 años y el comienzo de la educación preescolar. Empujado por ideales, creó el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, convirtiendo las aspiraciones habitacionales de las y los chilenos en una política pública permanente. Con visión, impulsó el programa de promoción popular, que incorporó en la vida pública a los grupos marginados, profundizando el tejido social y ampliando la participación ciudadana a través de la creación de sindicatos, juntas de vecinos, centros de madres y cooperativas. Y fue quien trajo una nueva generación a la política, a través de la Patria Joven.
Éstas son algunas de sus obras cumplidas con empuje y consecuencia, con disciplina y alegría, pero también con dolores, dificultades y frustraciones, los que siempre enfrentó desde ese lugar interior que algunos llamamos Dios, pero que todos llevamos dentro, cualquiera sea el nombre que le pongamos.
Vivimos una época en que el desarrollo de la técnica y de las ciencias es tan veloz, nos suministra tales grados de bienestar y placer que nos absorbe y subyuga, y ya no tenemos espacio ni tiempo para encontrarnos con nosotros mismos. Darnos espacios de calidad para la reflexión en diálogo con otros es la clave para evitar la desorientación, el apego a lo superficial, la búsqueda insaciable de lo material, del prestigio y el protagonismo personal, y del poder, que termina sumiéndonos en sociedades sin sueños colectivos.
Es verdad que en la vida hay que actuar, y ¡cuánto lo hizo Frei Montalva! y ¡cuánto lo han hecho todos quienes asumieron el gobierno todos estos años! Pero, al mismo tiempo, es clave no dejar de soñar. Es en los desafíos de un tiempo nuevo y complejo en el que se forjan las ideas y los afectos que posibilitan la acción eficaz.
El legado de don Eduardo, su modo cordial y firme de afrontar los problemas de la gente, ha alimentado a muchos por más de 50 años. Sus raíces humanistas y cristianas están allí, intactas. Volvamos a ellas, a reconocer —con valentía y perseverancia— la necesidad de nuevos y abundantes frutos para el Chile del Bicentenario.
Pensando en lo que les dijo a los jóvenes que convocó a su gobierno, renovemos con alegría nuestra confianza, sin desfallecer; estamos hablando de valores y visiones profundas que marcan la identidad del pueblo chileno. No se trata sólo de filosofía; vayan, estudien, busquen en comunidad, dominen las nuevas tecnologías y pongan todo lo que son al servicio del otro. En su barrio, en su familia, con sus amigos, en esta nueva sociedad civil que comienza a emerger. Hay en ciernes un nuevo modelo de hacer política. Ya no desde las cúpulas, sino desde la vida cotidiana de cada uno. Usen las redes de internet, tejan los afectos para que podamos sumarnos en grandes acuerdos, en una reconciliación verdadera, y proyectar a las nuevas generaciones hacia esa sociedad de hermanos y hermanas que don Eduardo y muchos soñamos.
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Fuente: CRaúl Troncoso Keymer - Columnas Emol.
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