martes, 22 de diciembre de 2009

Terciopelo.

El 13D marca el mayor quiebre político desde el plebiscito de 1988. Y casi no nos dimos cuenta. Lo que habla de lo bien que funciona nuestra democracia.

No se trata de que la centroderecha llegue al gobierno. Esto está aún por verse. El quiebre va más allá. Parte en el Congreso. Aquí, los electores expresaron que querían novedad, variación, rotación. Nunca se había producido tanto cambio de rostros, al margen de la adscripción Alianza o Concertación. Más mujeres, más jóvenes, más desafiantes. Ganaron los que tenían más raigambre local y más trabajo en terreno, aun a costa de distinguidas figuras nacionales. Y, para todos los efectos prácticos, ninguna coalición obtuvo la mayoría; lo que da un peso desmedido a los no alineados, así como a los rebeldes dentro de las coaliciones mayoritarias.

El Partido Comunista entró por fin al Congreso —subsidiado en parte por la Concertación—. Esto producirá cambios insondables. Sus diputados van a actuar como “aduana” en muchas materias sensibles (como la laboral o los derechos humanos), influyendo sobre las posturas de parlamentarios de la Concertación y quizás de la Alianza. Y el PC podría retomar su papel histórico como bisagra entre las demandas sociales (particularmente sindicales) y el sistema político; lo que, de una mano, podría contener las explosiones “salvajes”, pero de la otra, amplificar tales demandas, al llevarlas al plano institucional.

Ahora bien, quien gane el 17 de enero carecerá de mayoría en el Congreso. Esto le abre dos caminos: o bien opta por grandes “pactos nacionales” con la oposición para sacar sus leyes fundamentales (una “democracia de los consensos II”), o bien busca construir mayorías caso a caso. Esto último implica apelar a los parlamentarios no alineados y a los “díscolos” del bloque adversario (que brotarán como hongos, pues el clima será muy favorable a ellos), los que cobrarán un alto precio por sus respaldos. Cualquiera sea el camino, el Congreso se convertirá en una gran arena de negociación.

Estaremos, inevitablemente, ante una “nueva forma de gobernar” —como lo proclamara Piñera—. Si alguien creía que se podía desprender de “los Viera-Gallos”, se equivoca: se requerirán muchos más miembros de gobierno como él, capaces de negociar y encontrar acuerdos en el campo parlamentario. Pero esto no basta. Se requerirá que la composición misma del Ejecutivo refleje, de una parte, el tipo de mayoría que permitió al Presidente salir electo (que, ya se ve, irá más allá de la Alianza y la Concertación), y de la otra, del tipo de respaldo que se busca constituir en el Congreso. Bienvenidos, entonces, los gabinetes políticos, híbridos y cambiantes, y adiós a los gabinetes tecnocráticos, homogéneos y estables.

El paisaje de la centroizquierda también cambió de manera sustancial el 13D. De sus electores, más de un tercio votó por alguien que se desgajó de las filas de la Concertación: Marco Enríquez-Ominami. Ahora, si ha de ganar la presidencial, será sobre una plataforma política que supere a la Concertación, y con una nueva generación de políticos a la cabeza; y si pierde, lo que vendrá es un tumultuoso proceso de revisión y ampliación para reconstruir una mayoría. Como sea, en las filas de la centroizquierda el cambio es ineluctable; y lo mismo ocurrirá en la Alianza, con un Piñera que está pasando a retiro sin contemplaciones a la “generación Pinochet”.

El 13D abrió un nuevo ciclo político. Y con la suavidad del terciopelo. Ahora, quien mejor comprenda este cambio, más chance tendrá de triunfar el 17E.

Por Eugenio Tironi – Blogs Emol.
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