La frase de Eduardo Frei diciendo que quiere “más Estado” despertó en los círculos ilustrados una polvareda que todavía no amaina. Es que por años y años escuchamos la afirmación contraria. “Menos Estado” fue la norma en todo orden de cosas: desde la economía a la salud, desde el medio ambiente a la educación, desde la previsión a las finanzas. Desde principios de esta década, tal receta comenzó a experimentar un cierto descrédito. Surgieron entonces fórmulas intermedias, como “no más, sino mejor Estado”, o “más Estado y más mercado”. Éstas, si bien ayudaron a salir del paso, a la larga parecieron destinadas a eludir una toma de posición respecto de un dilema sobre el cual había que tener una posición clara. Y entonces llegó Frei, quien con su rudeza de siempre dijo lo impronunciable.
Roto entonces el tabú y reabierta la discusión de fondo, la clase ilustrada —en la que por cierto me incluyo— hizo lo que ya se ha vuelto habitual: en vez de tomar una posición basada en sus propias convicciones, se volcó hacia la gente para preguntarle qué quería, si “más Estado” o “más mercado” y, de acuerdo con sus preferencias, construir argumentos para defender sus propias posiciones. Es así como la cuestión del Estado entró al terreno receloso de las encuestas.
La postura favorable al “más Estado” se vio reforzada por los resultados de la última encuesta de la UDP. En ésta se revela que ocho de cada 10 encuestados quisieran que el Estado fuese el propietario de las empresas de servicio público, incluyendo una AFP estatal. Sorprendentemente, casi siete de cada 10 preferirían que las universidades privadas pasen a manos del Estado. La misma manía “estatista” se expresa en otros campos, como la banca, el transporte público, la salud y la minería. Comparada esta predisposición con la que esta misma encuesta reveló el 2008, habría una clara tendencia de la población hacia una mayor participación del Estado en todos los campos de la vida nacional.
Recientemente se publicaron los resultados de la encuesta Bicentenario, de la Universidad Católica y Adimark GfK. Los hinchas del “menos Estado” han esgrimido sus resultados como prueba concluyente de que los chilenos no son “estatistas”, y de que esto no cambió con la crisis económica. ¿De dónde viene este entusiasmo? Del hecho de que los encuestados estiman que la solución de sus problemas y que las posibilidades de progreso personal dependen de su propio esfuerzo individual, antes que del apoyo estatal o de factores exógenos, como la suerte o las condiciones sociales.
Pero hay que ser cuidadosos antes de sacar tal conclusión. Una cosa son las actitudes, y otra las opiniones respecto a la política pública. En cuanto a las primeras, la confianza depositada en las capacidades propias es algo común a todos los países latinoamericanos, con la excepción de Argentina y Brasil, como lo demostró la encuesta ECosociAL-2007. En lo que respecta a las segundas, la propia encuesta Bicentenario revela que el respaldo a la noción de que el rol del Estado en la economía debe estar limitado a aquellas áreas que los privados no pueden realizar, o que las empresas privadas son más eficientes que las estatales, es inferior al 50 por ciento, y no hay datos de cómo esta adhesión ha evolucionado en el último año.
El debate sigue abierto. Pero lo que uno se pregunta es si, en vez de seguir torturando los datos de las encuestas, no sería mejor tomar una posición sobre el rol del Estado —cuestión que marca todo el debate político moderno— a partir de las convicciones de cada cual. Es más embarazoso, no hay duda, pero mucho más honesto.
Por Eugenio Tironi - Blogs Emol.
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