Todo lo sucedido desde el domingo 26 en la tarde, cuando de a poco se desgranaban resultados electorales malos para la Concertación de partidos por la Democracia, pero especialmente para la DC, se asemeja a esas películas vertiginosas, donde no se le da un respiro al espectador con una seguidilla de hechos y situaciones cada una más impactante que la anterior.
Perder más de 300 mil electores, más de 40 alcaldes y más de 100 concejales. Desaparecer prácticamente de algunas comunas (Huechuraba, Cerrillos, Iquique, San Miguel, Pudahuel); la derrota emblemática de algunos de los “titulares” o “generales”, fue mucho para una alicaída Democracia Cristiana, en franco declive desde hace varios años.
Tras la derrota se escucharon voces que pedían escuchar el rumor de la calle o la voz del pueblo. ¿Qué es esto? ¿Por qué se afirma como si fuera un gran descubrimiento? ¿No es exactamente eso lo que deben hacer cada día las organizaciones que pretender representar a la gente? ¿No es exactamente esa su razón de ser? A mi juicio sí, porque de otro modo estaríamos actuando como iluminados y por nuestros propios intereses.
¿Y qué nos decían esas voces, esos rumores? Hartas cosas, como por ejemplo:
que el gobierno lo está haciendo mal al no preocuparse de la gestión en los diversos servicios y ministerios; que llevamos más de un año y el Transantiago sigue siendo la pesadilla de los habitantes de la capital; que desde mayo los habitantes de Chaitén sufren la lentitud e ineficiencia en la entrega de soluciones al drama que desató en sus vidas la erupción del volcán; que una pareja murió porque no se les diagnóstico de VIH; que otra mujer perdió su trabajo y su familia al ser erróneamente notificada de Sida, error que el Estado pretende tapar con 20 millones de pesos; que la educación pública sigue siendo mala y un negocio para algunos; que nuestra juventud ve hipotecado su futuro al entrar a la Universidad, porque hoy -cuando el país es harto menos pobre que hace 30 o 40 años (cuando Alvear, Bachelet y Lagos estudiaron gratis)- deben endeudarse por largo tiempo debido a los altos costos de los aranceles; que nuestros viejos y viejas no pueden jubilar porque la crisis mundial tocó sus ahorros obligados, ahorros que manejan los grandes grupos económicos que -no les quepa duda-, al finalizar el año volverán a mostrar utilidades; que seguimos siendo regidos por una Constitución autoritaria, que muestra temor a la participación del pueblo, que seguimos gobernando para los grandes conglomerados económicos, favoreciendo la concentración y relegando a nuestros pequeños y mediano empresarios; que seguimos pensando que con el asistencialismo vamos a lograr la promoción de las clases más desprotegidas y pobres, que se está sobrecargando a la clase media con alzas y más alzas que estamos contribuyendo día a día al fortalecimiento de una elite política y empresarial que se reparte Chile de forma transversal y generosa.
Eso por nombrar sólo algunas de las perlas que marcan la gestión de los últimos años.
Eso es a nivel de gobierno, de Concertación, pero ¿qué pasa en la casa DC? Además de lo ya mencionado, ya que somos parte del gobierno, debemos sumar algunas “joyitas” propias: Consentir que el nepotismo se apodere del partido al dejar que regiones, comunas o distritos “pertenezcan” a una familia que permite el traspaso cariñoso y amable de cargos a sus retoños aunque éstos no hayan demostrado nunca su valía; consentir que algunas “figuras” impongan a “rompe y raja” sus candidaturas, aunque éstas hayan perdido su conexión con la gente y la realidad hace tiempo; permitir la reelección perpetua de gente que nunca demostró un trabajo efectivo en sus comunas, pero que eran fieros defensores del sistema y sus representantes; permitir la persecución de los camaradas que no pensaran igual y que no eran obsecuentes con el poder.
¿Qué hacer ahora, cuando la senadora Soledad Alvear asumió la responsabilidad de la derrota presentando su renuncia a la presidencia de la DC y declinando su opción presidencial? Lo inmediato: prepararnos para la Junta nacional de diciembre, instancia en la que tenemos dos opciones: perseverar en los errores o aprender de ellos.
¿Qué significa para mí aprender de los errores? Bueno, significar iniciar un proceso de recomposición interna; aprender de nuevo a vernos como camaradas; comenzar a preocuparnos de los temas que realmente importan al pueblo chileno y, muy importante, analizar nuestra política de alianzas.
Si nuestra preocupación en esa Junta va a ser quién es candidato a la presidencia de la república, cómo se va elegir y quiénes serán nuestros/as aspirantes al parlamento, significará que nada aprendimos. Esto último lo digo, porque en los medios aparecen nombres de camaradas que ya se repartieron Chile, de Arica a Magallanes.
También lo digo porque en otros medios se habla de la “sucesión” en la DC. ¿Desde cuando somos monarquía? ¿Somos o no un partido democrático, pluriclasista, que debería promover la representación de todos los sectores: profesionales, trabajadores, jóvenes, indígenas, emprendedores? Camaradas y amigos, en la DC, o nos ponemos de acuerdo entre todos, o vamos camino al precipicio si creemos, y aprobamos, “sucesiones” dirigenciales. Así de claro.
El ave Fénix renace de sus cenizas cada cierto tiempo. La DC también puede hacerlo, pero también puede naufragar en el intento. Nosotros, quienes desde hace años persistimos en el discurso que reconoce nuestro alejamiento de la gente; que insistimos en la revisión del modelo de desarrollo impuesto; que demandamos una nueva constitución política; que insistimos en promover la verdadera participación de las organizaciones sociales en el diseño del país, vamos a poner nuestro grano de arena. Es nuestro compromiso.
Myriam Verdugo - Consejera nacional PDC
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