Las elecciones municipales dieron para todo: celebraciones tristes, otras definitivamente exageradas. Vimos renuncias forzadas y otras más bien calculadas. Pero más allá del juego sobre quién ganó, las reflexiones en torno a los resultados han sido tan variadas como carentes de profundidad.
Los analistas más sagaces apuntan a la escasa participación, el envejecimiento del electorado, el tremendo aumento de los nulos y blancos, la creciente importancia de los descolgados, los independientes y algún olor a populismo: síntomas de una enfermedad que pocos se atreven a diagnosticar. ¿No será hora de preguntarnos por las causas?
Según datos de Genera (2008), un 78% de los chilenos se encuentra insatisfecho con el funcionamiento de la democracia, mientras que sólo 18% manifiesta algún grado de satisfacción. Entonces la pregunta obvia es: ¿Qué esta pasando con nuestra democracia? Una cosa parece evidente: abunda una tremenda desilusión respecto de su capacidad para traducir en prácticas concretas los valores que promulga y defiende.
Y es que la democracia no es sólo un método para elegir autoridades, sino también una promesa civilizadora, que debe encarnarse en las prácticas cotidianas de sus autoridades, instituciones y ciudadanos/as.
Nuestros datos son elocuentes: los principios que fundamentan la democracia no encuentran un correlato práctico en la cotidianidad. Por ejemplo, un 80% de los/as chilenos/as está en desacuerdo con la afirmación «En general en nuestro país se respetan los derechos de las personas». Asimismo, un 88% cree que en Chile no somos todos iguales ante la ley.
Respecto de la política, un 77% considera que los partidos no contribuyen a resolver los problemas del país. E incluso un 53% cree que participar en política no sirve de nada.
Pero lo que estos datos reflejan, además de las dificultades de la democracia para concretar sus valores, son también sus logros en cuanto a la instalación de sus ideales; es decir, la democracia ha logrado ampliar las expectativas de derechos y ahora es presa de sus propias promesas. En otras palabras, los/as chilenos ya no sólo queremos defender la igualdad, el pluralismo, la participación… ahora queremos verlos reflejados en nuestra vida, nuestros barrios, las escuelas, los servicios básicos.
Para terminar, un dato: un 92% considera que las autoridades les faltan el respeto a los ciudadanos al no generar espacios de participación y diálogo. ¿No será que por ahí va la cosa?
Por Álvaro García - Coordinador de Estudios Genera.
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