Si bien toda la Concertación debe asumir el llamado de atención del electorado que le dio una mayoría relativa a la Alianza en alcaldes (no en concejales), el partido que más sufrió fue la DC. Y el político más golpeado es, sin duda, la presidenta de la falange, Soledad Alvear.
Como presidenta del partido, Alvear no puede eludir responsabilidad. No es que la DC haya dejado de ser lo que era porque perdió votos. La DC ha perdido apoyo porque dejó de ser lo que era. Más preocupada de los conflictos internos que de propuestas, más dedicada a disputar el aparato de gobierno que a sumar simpatizantes, la DC de Alvear se ha convertido en el mejor símbolo del sistema de partidos que el electorado rechaza.
A partir de estos resultados, Alvear no puede aspirar ya a un mejor derecho a ser la abanderada concertacionista. Pero le queda tiempo para demostrar que escuchó "el llamado de la gente" del que hablan los líderes oficialistas. Alvear necesita ganar la nominación con propuestas que entusiasmen a esos votantes que, abandonando a la Concertación, no se animaron a votar por la Alianza. Ahí radica su única posibilidad.
La timonel falangista debe inspirarse en la experiencia exitosa de una generación de recambio de alcaldes DC que ganó en la capital pese al Transantiago y al desorden oficialista. Si opta por la negación, como el gobierno, o repite la campaña soberbia enfocada en el pasado que pavimentó la derrota de Ravinet, este traspié será sólo el preludio para un descalabro en 2009. Entonces, una nueva derrota del partido producirá el fin de la Concertación y el inicio de un ordenamiento electoral en que la Alianza, ansiosa de victoria, logre conquistar ese voto moderado, desencantado DC, que le otorgue la mayoría hasta ahora esquiva.
Justo cuando está más golpeada, Alvear necesita demostrar mayor capacidad de innovación y voluntad para reinventarse. A menos que demuestre fehacientemente que aprendió la lección la senadora se desvanecerá con la misma sensación de inevitabilidad y desazón de la que hoy parece ser víctima su partido.
Por Patricio Navia - Director del Magíster en Opinión Pública, UDP
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