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Hace 60 años nació la Teología de la Liberación. Más exactamente nació el año anterior bajo la pluma del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, y fue virtualmente proclamada en la Conferencia Latinoamericana de Obispos de Medellín en 1968.
Esta Conferencia tenía como tarea aplicar al Continente Latinoamericano el Concilio Vaticano II. Este Concilio (1962-65) buscó la puesta al día de la Iglesia en el mundo actual. Medellín debía sopesar la situación de América Latina para actualizar el mensaje y la acción de las Iglesias.
Medellín se inspiró en la Teología de la Liberación para realizar su tarea. Esta Teología de la Liberación tiene antecedentes seculares. Casi siglo y medio antes de la Revolución Francesa, en tierras americanas se proclamaron los derechos humanos del hombre en las personas de los indígenas, esclavizados, explotados y aplastados por los conquistadores. Fray Montecinos de Santo Domingo (1508) y Fray Bartolomé de las Casas, secundados por los Teólogos de Salamanca, fueron los protagonistas de esta proclamación.
La Teología de la Liberación se pone en la situación de pobreza e inequidad en que se encuentra gran parte de los seres humanos de este Continente. Allí donde se situó Jesucristo. Y desde allí reflexiona sobre Dios, Jesús, la Iglesia ay el hombre, su destino y su tarea. Será, pues, una Teología comprometida, como Dios, con la liberación de los indígenas y postergados. Esta Teología se desarrolló en la Conferencia de Medellín y, consecuentemente, allí hizo la Iglesia Latinoamericana su “opción por los pobres”.
Luego, después de Medellín, surgieron la desconfianza, oposición y los prejuicios frente a esta Teología, En buena parte esta desconfianza nació de los tiempos que se vivían, tiempos de Revolución. En 1959 fue la Revolución Cubana con el triunfo de Fidel Castro, una revolución que terminó siendo socialista y con vinculaciones con la República Soviética. Un contagio revolucionario recorrió el Continente. En Chile fue “La Revolución en Libertad” de Eduardo Frei Montalva y el Socialismo de Salvador Allende en 1970-73. No tardó la reacción militarista en toda la región, ayudada por los EE.UU. En Chile fue el golpe de la Junta Militar en 1973.
En la Iglesia sucede algo un tanto paralelo. El Concilio y Medellín –la década del 60-fueron marcados por hechos de liberación, algunos excesivos (abandono de ministerios, la toma de la Catedral de Santiago, etc). Pero luego se impuso la corriente cautelosa de Paulo VI, a quien sucedió, en 1978, Juan Pablo II, muy antimarxista y gran opositor de la Teología de la Liberación. Prelados, como Alfonso López Trujillo, que fue Secretario del CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana), le puso fuertemente la proa a esta Teología , que se instalaba en la región con multitud de teólogos y publicaciones.
En la siguiente Conferencia Episcopal, tenida en Puebla (1979) con la asistencia de Juan Pablo II, se manifestaron claramente estas contradicciones. Con todo, la Asamblea logró mantener la línea de Medellín con la “opción por los pobres”, un tanto desdibujada como “la opción preferencial por los pobres”.
Como teólogos chilenos de la Liberación podemos nombrar a Fernando Castillo (RIP),Ronaldo Muñoz, Sergio Torres, Pablo Richard, Diego Irarrázaval. Numerosas comunidades de base han vivido esta inspiración, movimientos socio-políticos, el Emos (Equipo Misión Obrera) y esta misma revista “Reflexión y Liberación”.
La Teología de la Liberación y todas sus instituciones, sobre todo las comunidades de base, tuvieron buena vigencia durante el Gobierno Militar., precisamente por su represión y, en cierta manera, por el apoyo de organismos eclesiales.
El mismo Partido Comunista chileno se interesó en la Teología de la Liberación. Pensó en una conjunción de católicos y la izquierda comunista, para derrotar al Régimen Militar. Hasta nombraron un sacerdote como candidato a la Presidencia. Pero, en realidad, los católicos de la Liberación buscaban otra salida de la dictadura, la pacífica.
Al caer en Latinoamérica los regímenes militares e instaurarse las democracias, la arista política de las C. de B. naturalmente se diluyó. Sólo en Brasil las Comunidades de Base se fortificaron y pusieron su candidato en la Presidencia; Lula da Silva.
En Chile estas Comunidades fueron puestas bajo las órdenes de la Jerarquía y perdieron su organización. La Iglesia debía retirar “a lo propio”, que significaba un tanto retirar a las sacristías. . Permanecía, por tanto, soterrada y bajo sospecha la Teología de la Liberación.
Esta debilitación visible de las comunidades de base fue general en América Latina, excepto en Nicaragua y El Salvador. Se debió, en parte, al contexto político marcado por la caída del Socialismo Soviético, en parte por la desaprobación permanente de Roma. La Romana Congregación de la Defensa de la Fe, bajo el Cardenal Ratzinger, promulgó dos “Instrucciones” (175 y 176) aprobadas por el Papa en que condenaba “ciertas Teologías de la Liberación”, enseñando cómo debe ser la verdadera liberación cristiana.
Se cree que la Teología de la Liberación ha desaparecido, que ya no se habla de ella.
Es cierto que no se habla como antes, cuando estaba en la controversia, cuando se sospechaba de ella. Pero el mismo Papa Juan Pablo II, habiendo hablado con Obispos brasileños cambió su actitud. En su Encíclica “Centesimus Annus” declara que “la auténtica Teología de la Liberación es un mensaje para todo el mundo”. Yo diría que ha sido asumida en el pensamiento y en la sensibilidad de la Iglesia, y que por esto se habla menos de ella, pero sus teólogos siguen trabajando. Y se ha desplegado en otras modalidades como la Teología de la Mujer, la de la liberación negra, la del cautiverio.
¿Qué será de la Teología de la Liberación para el mundo del futuro, un mundo en vías de globalización? En el mundo hay 1.000 millones de seres humanos en extrema pobreza. Habrá otros 1.000 o 2.000 millones pobres y, sobre todo, marginados de los progresos vertiginosos de la técnica y del bienestar. Esta globalización que será económica, política y social tendrá que tener un complemento teológico. Las religiones del mundo tendrán una tarea que hacer, por de pronto abandonar sus violentos fundamentalismos y abrirse a un diálogo inter-religioso que promueva la paz.
Par afrontar estas tareas se requiere una Teología abierta al cambio, que pueda situarse en un nuevo mundo con una Iglesia comprometida con ese mundo. El Concilio Vaticano II entabló esta renovación. Una Teología de la Liberación que la interpretó para América Latina sabrá hacerlo para el mundo del futuro.
El autor es sacerdote jesuita. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Publicado en revista “Reflexión y la Liberación” Nº 78 / Agosto de 2008.
Por José Aldunate,S.J.
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