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Habiéndose cumplido el vigésimo aniversario del triunfo del No en el plebiscito del 5de octubre de 1988, se ha llegado a la curiosa situación de que los defensores de la postura que implicaba un cambio en el camino político que seguiría el país se han convertido ahora en los defensores de lo establecido.
Hace veinte años, la Concertación buscaba una nueva Constitución; y ahora después que Ricardo Lagos retirara la firma del ex-presidente Pinochet de la Constitución en una solemne ceremonia que se entendió como el término del proceso de reformas constitucionales, la idea de redactar una nueva Constitución parece una tarea propia de los outsiders, es decir de quienes no participan de la Concertación y de los díscolos que aún forman parte del pacto gubernamental.
Parte de los compromisos fundacionales de la Concertación apuntaba a la democratización de una institucionalidad impuesta por el régimen militar precisamente para gobernar sin contrapesos, pero como muchas cosas en la vida, es distinto predicar el cambio a verse directamente afectado por la modificación de las reglas del juego, y en este sentido el ejemplo más claro ha estado en la indecisión de la Concertación para modificar el sistema electoral binominal, piedra angular de muchas otras normas que restringen la libre expresión de la voluntad popular.
Es claro a estas alturas que el sistema presidencialista fuerte que trató de imponer Pinochet para su propia comodidad ha terminado resultándole cómodo a quienes hicieron del cambio, la democracia y la libertad sus principales banderas de lucha. No se puede decir que la Concertación lo haya hecho mal, pero sí se puede afirmar que este conglomerado ha perdido el sentido de la mística y la sensación de aventura que representaba movilizar a un pueblo entero y que, con ello, ha cedido la iniciativa a quienes deseen asumirla como propia.
No siempre el cambio es beneficioso por sí sólo, pero el drama de Chile es que los dos grandes bloques que podrían impulsar el cambio que requiere una sociedad cada cierto tiempo no tienen interés en proponer modificaciones sustanciales al ordenamiento de la sociedad.
Ahora, como resultado de la insatisfacción ciudadana, y después que lo propusieran ya hace años algunas personas como Jorge Lavandero o Jorge Arrate, se está planteando la idea de concordar una nueva Constitución para el bicentenario. La experiencia de los últimos 28 años debería ser ilustrativa de las falencias de la Constitución del '80, pero por el momento parece improbable que se logre un consenso respecto de la conveniencia de elaborar una nueva Carta Fundamental y mucho menos que se concorde su contenido. Es de esperar que, a diferencia de todas las demás constituciones que se ha dado Chile, no se llegara a una situación de crisis institucional ni a la ruptura de la convivencia cívica para dar el siguiente paso en el proceso de maduración política nacional.
Por Andrés Rojo.
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