Las medidas expuestas por el ministro Pérez Yoma en Icare, para modernizar y mejorar la gestión y la transparencia del sector público, constituyen una necesidad imperiosa en nuestra sociedad y por ello las respaldo con fuerza.
En Chile, la burocracia se asocia a lentitud, corrupción, papeleos y cerros de carpetas. Sin embargo, la burocracia nació como forma de administración basada en la división funcional de tareas y procedimientos. En nuestro país, las instituciones funcionan, pero la velocidad de la administración ya no está a la altura de los desafíos del siglo XXI.
Por eso, necesitamos urgentemente introducir nuevas prácticas y tecnologías, para que los procesos sean más rápidos y confiables y para responder a los requerimientos de oportunidad, honestidad y buen trato.
No podemos reaccionar sólo en función de las crisis, como la de las subvenciones, para plantear soluciones y reformas. Tenemos que hacer gestión y control de gestión de manera permanente, para cumplir los objetivos. De lo contrario, ninguno de los cambios que realicemos tendrán los resultados esperados.
Necesitamos asimismo coraje y convicción para lograr estos cambios profundos en la administración pública. No bastan las buenas ideas e intenciones, porque aquellos que se encuentran muy cómodos en sus puestos de poder no pondrán en peligro sus cargos y beneficios. Tenemos que atrevernos a enfrentar decididamente a los grupos de interés que, desde dentro del Estado, quieren mantener el statu quo.
A manera de ejemplo, al asumir la Intendencia en 2002 llamé a concurso público para los cargos técnicos-políticos del gobierno regional. Lo hice porque estaba convencido que una gestión exitosa requiere equipos que trabajen con pasión, con profesionalismo, con probidad y transparencia.
La ética del servicio público debe promover con fuerza que los funcionarios desempeñen sus cargos para servir y no para servirse. Por ello, la prioridad es implantar la meritocracia como forma de selección y promoción. Esa es la base de la movilidad social y la forma correcta de aprovechar los talentos de todos los chilenos para conquistar el desarrollo y el futuro.
Estoy convencido de que si esta gran reforma se funda en los valores cívicos del trabajo bien hecho, del esfuerzo, la disciplina, la confianza, la innovación y la honestidad podremos garantizar una gestión eficiente y transparente que nos lleve por la senda del progreso con valores que Chile merece.
En Chile, la burocracia se asocia a lentitud, corrupción, papeleos y cerros de carpetas. Sin embargo, la burocracia nació como forma de administración basada en la división funcional de tareas y procedimientos. En nuestro país, las instituciones funcionan, pero la velocidad de la administración ya no está a la altura de los desafíos del siglo XXI.
Por eso, necesitamos urgentemente introducir nuevas prácticas y tecnologías, para que los procesos sean más rápidos y confiables y para responder a los requerimientos de oportunidad, honestidad y buen trato.
No podemos reaccionar sólo en función de las crisis, como la de las subvenciones, para plantear soluciones y reformas. Tenemos que hacer gestión y control de gestión de manera permanente, para cumplir los objetivos. De lo contrario, ninguno de los cambios que realicemos tendrán los resultados esperados.
Necesitamos asimismo coraje y convicción para lograr estos cambios profundos en la administración pública. No bastan las buenas ideas e intenciones, porque aquellos que se encuentran muy cómodos en sus puestos de poder no pondrán en peligro sus cargos y beneficios. Tenemos que atrevernos a enfrentar decididamente a los grupos de interés que, desde dentro del Estado, quieren mantener el statu quo.
A manera de ejemplo, al asumir la Intendencia en 2002 llamé a concurso público para los cargos técnicos-políticos del gobierno regional. Lo hice porque estaba convencido que una gestión exitosa requiere equipos que trabajen con pasión, con profesionalismo, con probidad y transparencia.
La ética del servicio público debe promover con fuerza que los funcionarios desempeñen sus cargos para servir y no para servirse. Por ello, la prioridad es implantar la meritocracia como forma de selección y promoción. Esa es la base de la movilidad social y la forma correcta de aprovechar los talentos de todos los chilenos para conquistar el desarrollo y el futuro.
Estoy convencido de que si esta gran reforma se funda en los valores cívicos del trabajo bien hecho, del esfuerzo, la disciplina, la confianza, la innovación y la honestidad podremos garantizar una gestión eficiente y transparente que nos lleve por la senda del progreso con valores que Chile merece.
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