jueves, 29 de noviembre de 2007

La identidad “Cristiana” del PDC


Sin una sólida identidad y vivencia humanista cristiana, nuestro partido puede terminar renegando de su pasado y, con él, de su futuro, transformado en un partido programático más

La identidad del Partido Demócrata Cristiano está determinada por aquellas características fundamentales – permanentes e inalterables a lo largo de toda su existencia, cualesquiera hayan sido y sean los cambios de circunstancias derivados del acontecer histórico – que lo definen como un movimiento único, diferente de otros movimientos o partidos políticos.

Tales características fundamentales se resumen diciendo que el PDC es un partido humanista cristiano, esencialmente democrático y de profunda vocación social.

Ninguna de estas características puede faltar para que el partido siga siendo Partido Demócrata Cristiano. De perderse cualquiera de ellas, dejaría de ser el legítimo heredero de la tradición política iniciada, desarrollada y consolidada por sus grandes líderes fundadores. En efecto, ¿qué sentido tendría evocar los nombres de Frei, Leighton o Tomic en nuestras asambleas, si el partido claudicase de su inspiración cristiana en sumisión al laicismo agnóstico, o si abandonase su espíritu auténticamente democrático, confundido por el pluralismo ideológico, o si, subyugado por la potencia del neoliberalismo reinante, redujese su compromiso con los más pobres y necesitados al mero juego de la mecánica económica?

Lamentablemente, en el estado de crisis en que vivimos, es posible reconocer diversos signos reveladores de duda e incertidumbre en torno a cada una de las características señaladas. De todos esos signos, y sin restarle importancia a ninguno, me parece que los más preocupantes son los que se refieren a la identidad doctrinaria del partido, esto es, a su definición humanista cristiana, tema al que está dedicado el presente trabajo.

Hablando de identidad política, un partido político que se apellida 'Cristiano' no puede eludir explicar clara y directamente por qué se llama Cristiano y, consecuentemente, en qué sentido es o pretende ser cristiano. Esa es una responsabilidad debida por lealtad tanto a la comunidad política democrática, como a sus propios militantes y simpatizantes.

Así lo hizo el partido desde el momento mismo de su fundación como Falange Nacional – dos décadas antes de adoptar los nombres Partido Demócrata Cristiano y Democracia Cristiana –, porque su condición de 'partido de inspiración cristiana' le exigía, tal como le exige hoy, evitar toda posible confusión en torno al complejo problema de las relaciones entre la política y la religión.

La argumentación del partido demostraba que su 'inspiración cristiana' correspondía a un desarrollo doctrinario esencialmente filosófico, que, por su naturaleza racional, no podía entrar en confusión con ninguna confesión religiosa, incluida por cierto la confesión de fe católica, cuya influencia fuera tan decisiva y fundamental en su génesis y desarrollo.

Hoy, no obstante que la claridad y precisión de dicha demostración forma parte del acerbo intelectual más básico y elemental del partido, pareciera que el progreso avasallador del secularismo – con su afán de relegar lo cristiano al fuero interno de cada cual, privándolo así de toda significación social –, hubiese comenzado a hacer mella en el partido, otrora sólida fortaleza construida precisamente para enfrentar, resistir y vencer tales embates. Porque, ¿cómo podríamos olvidar que la Democracia Cristiana nació precisamente para dar una respuesta humanista cristiana a los graves problemas planteados por la concepción relativista y agnóstica, en esencia anticristiana, del mismo racionalismo que da sentido al secularismo actual?

En realidad, nada puede ser más inquietante que en un partido esencialmente doctrinario como el nuestro, comience a tomar cuerpo la mentalidad de someterse a la imposición de los hechos. Y así como algunos creen que hay que aceptar la 'ley del chorreo' como instrumento de la justicia social, porque el neoliberalismo domina la globalización; y otros aceptan que, porque el pluralismo ideológico de moda descalifica el valor absoluto de la verdad, es preciso adoptar posturas relativistas, hay quienes conceden que, porque el secularismo progresa a pasos agigantados, ha llegado el momento de poner en tela de juicio nuestra identidad cristiana.

Más preocupante todavía es el hecho de que, en semejante estado de incertidumbre, el tema de la identidad del partido sea sometido a los mismos criterios con que se determinan sus conductas y programas en el orden político contingente, en un Congreso Nacional que – para mayor confusión – ha sido llamado 'Ideológico', en una época en que las 'ideologías' aparecen completamente desprestigiadas ante la opinión pública, tanto porque son consideradas obsoletas para conveniencia de la ideología liberal, como porque la idea misma de 'ideología' es extremadamente ambigua, tanto que puede ser entendida indistintamente como sinónimo de doctrina o filosofía política, o como una especie de paso intermedio entre la doctrina y la acción o, más corrientemente, como una mera esclerotización del pensamiento en un contexto determinado.

Ciertamente, nada auspicioso puede esperarse de semejante desconcierto doctrinario, menos aún cuando los grupos de poder actualmente en existencia para desgracia del partido, parecen haber cerrado las puertas a la posibilidad misma del diálogo y del entendimiento mutuo.

Frente a tan grave realidad, me parece que la única alternativa disponible consiste en procurar actualizar la lucidez con que el partido definió su identidad 'cristiana', recurriendo tanto a su experiencia histórica, como a sus fundamentos intelectuales.
La clave para enfrentar esta tarea se encuentra en nuestra definición como 'partido de inspiración cristiana'.

Históricamente, tal definición se adoptó, siguiendo a Maritain, en oposición y como alternativa a la idea de partido 'confesional católico', cual era el caso específico, al tiempo de la fundación de la Falange, del Partido Conservador, que se auto proclamaba "el único partido católico" en abierta contradicción con las directivas expresas de la Iglesia Católica en la materia.

De allí que, cuando el partido dice ser 'no confesional', lo dice en el sentido preciso de no representar la confesión de fe católica o cristiana en general, y no en el sentido de ser neutro o indiferente frente al Cristianismo. En términos positivos, lo dice en el sentido de optar por razonar y actuar políticamente en armonía con los principios y valores evangélicos del Cristianismo – esto es, afirmando su inspiración cristiana –, sin adoptar la postura impropia de representante de la fe.

Obviamente, los términos originales de aquel conflicto, si bien conservan un valor histórico indiscutible para el debido entendimiento de la identidad y naturaleza del partido, necesitan hoy de una presentación de fondo que destaque la vigencia de la lógica interna de la convicción allí implicada, la que, me parece, incluye los siguientes puntos principales:

1° La 'inspiración cristiana' se manifiesta primeramente como una expresión de razón y no de fe, es decir, corresponde a una 'filosofía', caracterizada por ser compatible con el Cristianismo, que puede ser compartida por los creyentes y no creyentes que adhieren al partido. El creyente sentirá que este esfuerzo de razón está iluminado por la fe, en tanto que el no creyente podrá encontrar satisfacción plena en la solidez y autosuficiencia racional propia de su carácter filosófico.

2° Dicha filosofía, siendo por naturaleza una expresión exclusiva de razón, se desarrolla en un estado o clima cristiano, esto es, en un ambiente abierto a lo cristiano en sus diversas manifestaciones, derivado tanto de la condición de creyentes de amplios sectores de la militancia del partido y de los pensadores que han guiado su desarrollo doctrinario, como por el hecho de su sintonía con otra de las fuentes doctrinarias principales del partido: la Doctrina Social de la Iglesia. Es este contexto el que le otorga a dicha filosofía el carácter de 'filosofía cristiana'.

3° Por último, por estar destinada a la acción política, esta filosofía se completa como 'filosofía política cristiana', susceptible de ser proyectada por el partido en el ámbito social, económico y cultural, con el propósito de guiar la transformación profunda de las estructuras vigentes y alcanzar la verdadera justicia social y la plena libertad de los pueblos en la realización temporal de un ideal histórico vitalmente cristiano.

El nombre con que identificamos dicha filosofía política cristiana es Humanismo Cristiano.

Así, pues, la identidad cristiana del partido no tiene explicación si no está determinada por su adhesión al Humanismo Cristiano, que constituye su filosofía política. Eso exige ser proclamado abiertamente, sin tapujos ni vaguedades, aceptando el reto que lanzara Radomiro Tomic en su discurso al IV Congreso Nacional, en Octubre de 1991, poco antes de morir:

«O la Democracia Cristiana acepta ser directa y necesariamente la expresión política temporal – bajo la responsabilidad de los laicos y no de la Iglesia – de los valores definitorios del humanismo cristiano... ¡o no será nada, porque no merecería serlo, y el oportunismo político la transformaría rápidamente en una feria de intereses personales cuando no bastardos!»

No es necesario escarbar muy profundo para descubrir la significación profética de estas palabras, en la medida que el partido eluda o vacile en afirmar con energía su identidad humanista cristiana. Sin embargo, evitar semejante desviación supone no solamente claridad y determinación en las ideas y en las palabras, puesto que, como dijera Jaime Castillo, "no se trata tan sólo de creer, pensar y opinar: se trata de vivir la creencia de que el intelecto está traspasado" .

Lamentablemente, aquella vivencia de la convicción doctrinaria, que fuera la piedra angular sobre la que el partido fue construido, constituye hoy su talón de Aquiles. En efecto, ella tuvo como manifestación más notable entre nosotros la convivencia fraterna de auténtico espíritu cristiano, hoy tristemente escamoteada por la ambición y el oportunismo de quienes subordinan la política al pragmatismo y a la conveniencia.

¿Puede haber un signo más claro de abandono doctrinario que la carencia generalizada de confraternidad en las relaciones humanas de una comunidad que se dice cristiana?

No nos engañemos. Ésta es, exactamente, la primera e ineludible 'actualización doctrinaria' a que debemos abocarnos, pues, sin una sólida identidad y vivencia humanista cristiana, nuestro partido puede terminar renegando de su pasado y, con él, de su futuro, transformado en un partido programático más, expuesto a perder, como todos los partidos circunstanciales, su significación y status en la encrucijada política menos pensada o imaginada.
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Escrito por: Angel Correa.

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