La democracia cristiana es un partido de lo razonable, un partido que a la luz del bien común reconoce que es lo bueno y que es lo criticable, lo que nos obliga a acordar aquello que sea posible y rechazar aquello que sea necesario. Todo aquello para demostrar y fortalecer nuestra identidad demócrata cristiana.
Históricamente se ha tratado al centro y la vanguardia como opuestos. Creo que a la luz de los hechos y de las reflexiones, esa dicotomía no es real. El centro de la democracia cristiana es una vanguardia, no una mantención del status quo. El desafío presente es ser un centro de vanguardia socialcomunitaria.
En consecuencia, la democracia cristiana como centro de vanguardia socialcomunitaria reconoce su espacio en el centro del sistema de partidos, cuya composición es signo del pluralismo, de la diversidad y de la tolerancia dentro de un espíritu común que es el humanismo cristiano. Es por ello que debe respetar nuestras tendencias de derecha, de centro y de izquierda, ya que todos son expresión del espíritu y del ideal histórico concreto de la democracia cristiana. La democracia cristiana concebida como una excluyente expresión de centro-izquierda es desconocer la naturaleza filosófica e histórica del partido, ya que ser de vanguardia no es ser de centro-izquierda, sino que anticiparse a la realidad social desde la visión humanista cristiana y pluralista. La concepción de centroizquierda ignora y no respeta el pluralismo demócrata cristiano como expresión del pluralismo que es parte constitutiva de nuestro partido.
La democracia cristiana como centro de vanguardia socialcomunitaria despliega desde su posición de centro su proyecto de construcción de una sociedad comunitaria, en el que el comunitarismo como concepción libertaria de la sociedad reconoce en su interior el pluralismo ideológico, no la exclusión política. El comunitarismo, en consecuencia, no es propiedad de la centro-izquierda, sino que de los proyectos de orden social solidario, fraterno y de integración y libertad.
La democracia cristiana debe, por lo tanto, elaborar su acción desde el reforzamiento del centro como espacio de transformación social pluralista y de mayoría. En ese centro, la democracia cristiana debe reconocer y privilegiar confianzas con sus prójimos ideológicos y políticos en el espacio del sistema de partidos, conformando una alianza de centro como eje de conducción política, que por cierto no desconozca acuerdos políticos con la izquierda democrática.
Previo a esta configuración política, es la necesidad de convocar a la formación de un movimiento nacional de participación comunitaria en todas sus dimensiones, territoriales, funcionales y virtuales de tal modo de cimentar una plataforma de base social del partido como auténtica expresión del centro de vanguardia socialcomunitaria.
Por último, la democracia cristiana debe acordar en su próxima junta nacional un diseño estratégico que oriente la conducción del partido en los próximos cuatro años. Este diseño de partido debe comprender por lo menos tres puntos claves. El fortalecimiento de la democracia, la participación comunitaria y la justicia social.
El valor de la democracia cristiana que se traduce de este diseño estratégico es una ofensiva político-ideológica dirigida a comunicar que no hay economía social de mercado, sin Estado social y no hay democracia verdadera sin no hay una comunidad organizada que sea una verdadera autoridad.
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Por Gonzalo Wielandt.
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