Como resultaba predecible, en la Concertación no sólo se desencadenó un duro debate en torno a las razones que la alejaron del poder, sino también se inició una carrera por consolidar los liderazgos que conducirán a la futura oposición. En ese escenario y como ya lo anticipó la propia dinámica de la campaña presidencial, el recambio generacional se instaló como la principal, cuando no única consigna. En a los menos tres de los partidos del hasta ahora oficialismo, se han hecho escuchar las voces de estos promisorios rostros, los que -para poner las cosas en su lugar- no son ni muy "jóvenes" ni especialmente "nuevos".......Pero aun en el caso de comprarse las bondades del estereotipo, conviene advertir de lo poco alentador que es concentrar el foco del debate sólo en la cuestión etaria, o sea, en el carné de identidad. En efecto, en principio nada asegura que los dirigentes más jóvenes tengan un desempeño sustancialmente mejor al que han mostrado los más veteranos. La cuestión de fondo, me parece, radica en la necesidad de alterar las tradicionales prácticas políticas, tanto en la forma de generar y ejercer el liderazgo, como en un nuevo trato en la relación con la ciudadanía. De esa forma, lo que subyace al discurso del reemplazo generacional -aunque a ratos no se releve con mucha fuerza- es la expectativa de que éste redunde en una mejor calidad de la discusión pública y de sus protagonistas.
Aunque soy poco amigo de los símiles entre la política y el mercado, la única forma de garantizar la mayor excelencia de nuestros servidores públicos es promoviendo modelos de mayor competencia. Nuestro sistema institucional, tanto en el Congreso como en los partidos, está lejos de un ideal semejante, en la medida que no hemos sido capaces de aprobar -o, si lo hemos hecho, sólo en forma parcial- un conjunto de iniciativas que garanticen un igualitario acceso a los cargos de representación política y faciliten una variedad de alternativas a los electores (tanto dentro como fuera de los partidos).
Traigo esto a colación a propósito del disímil comportamiento que, al interior de los partidos de la Concertación, han tenido quienes enarbolan las banderas del recambio generacional. En el caso del PS, la dupla Rossi y Díaz ha explicitado con nitidez su deseo de competir por la próxima conducción partidaria, desafiando así la hegemonía que a la fecha mantiene el sector que representa Escalona. Otro tanto, aunque de manera menos frontal todavía, han insinuado Tohá, Lagos Weber o Harboe, lo que podría amenazar la larga hegemonía de Girardi en el PPD.
Lo que resulta francamente incomprensible es que al interior de la DC, la generación de reemplazo -la más aventajada, tanto en cantidad como calidad- pareciera haber renunciado al legítimo y necesario derecho a competir, para sumarse a una fórmula tan decepcionante como anodina: la "mesa de unidad".
De consolidarse una solución semejante, pocos podrán entender que en el momento más propicio para por fin tomar el control del partido y, de esta forma, hacerse del poder que tanto hemos lloriqueado, se imponga una vez más la lógica transaccional; postergando la competencia y así desperdiciar la valiosa oportunidad de poner en una legítima disputa electoral los estilos y proyectos de futuro.
La política exige hacerse cargo de las expectativas que se generan. De hecho, entre más alto, se cae más fuerte (si no, pregúntenle a MEO). Lo que aquí se juega es la esperanza depositada en una generación que hace mucho debió haber abandonado el vasto y penoso elenco de las jóvenes promesas
Por Jorge Navarrete.
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