Desde su nombramiento en los primeros días de febrero (después del terremoto, parece un tiempo arcaico), al gabinete se lo criticó por ser un grupo cortado por la misma tijera y responder a un perfil técnico, ejecutivo, “ministerio de gerentes”, en alusión expresa a los primeros años del gobierno de Jorge Alessandri. Se trataría del antiguo sueño de la “tecnocracia”: la ciencia de la gestión debería encargarse a especialistas competentes, prescindiendo de toda consideración política. Esto se ha caricaturizado como el gobierno de hombres-máquinas, fríos como el hielo, que olvidan la dimensión humana de las políticas públicas.
En realidad, algo de esto ha existido en el mundo. Lo vemos a diario en nuestra experiencia práctica, y ha sido la gran utopía desde que la ciencia “dura” o que se pretende tal se acopló a la acción pública. Con todo, no se debe olvidar que en los años 20 y 30, antes de que se digiriera la experiencia totalitaria, la idea de una “tecnocracia” aparecía con un acento positivo, muchas veces como reacción desalentada ante la demagogia política.
Sin embargo, asaltan las dudas. Primero lo obvio: nunca se ha realizado una utopía a base de “tecnócratas”, ni tampoco una de cualquier especie, por lo demás. También, a toda decisión técnica le es casi inherente una instancia previa, en la cual se decide entre un tipo de acción y otro, y el criterio para distinguir no es puramente técnico. Lo mismo sucede en el plano público con las decisiones administrativas y la estrategia de un gobierno. Son políticas inspiradas en valores —los aceptemos o no—, aunque se supone que previamente se ha escuchado atentamente la opinión técnica. Y es que ninguna organización compleja, ni menos un Estado, puede vivir hoy sin una gestión o management sofisticado. Escudarse en “la política” para ignorar el juicio de los especialistas conduce en la gran mayoría de los casos al desastre más absoluto.
Eso sí, la decisión final es política. A mi juicio, en Chile el mejor ejemplo es la nacionalización del cobre, cuya justificación puramente económica, “técnica”, medida en ingresos al país, era más que débil, aunque muchos afirmaran lo contrario. Pero las cosas son lo que son. El argumento técnico puede ser un disfraz de una preferencia política, y ésta a veces hace malabarismos para convencer de que su veredicto es “técnico”.
La técnica, ¿empobrece a la política? La convergencia en un modelo de sociedad es un fenómeno nuevo en Chile, de poco más de dos décadas, que hace que todo nos parezca “lo mismo”. En la sociedad moderna, aquella que consideramos “desarrollada”, la gestión o aspecto técnico posee más presencia en los debates y en las tomas de decisión, aunque no le son ajenos los apasionamientos y trampas ideológicas propios de la vida política, como se ve en la discusión sobre el seguro de salud en EE.UU.
Para que un gobierno transmita una estrategia, debe reforzar el ámbito de explicación y persuasión públicas, en el cual surjan tanto los argumentos técnicos como los políticos, con una saliente especial de estos últimos. Es el que emana de la Presidencia, especialmente del Presidente, del ministro del Interior y de las vocerías respectivas, a las que hay que agregar al canciller. Sobre ello descansa una importante responsabilidad en la comunicación, de la que también emerja la sensación real de que hay una deliberación sobre el Estado y la nación.
Además, en esta administración, novel en este aspecto, a la centroderecha le cabe un papel que debe asumir con mayor propiedad en la difusión de una idea política, para que lo técnico deje de ser la pesadilla tecnocrática.
Por Joaquín Fermandois Blog Emol.
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