lunes, 21 de septiembre de 2009

El poder del adiós.

Las últimas dos semanas he leído miles de estudios que satanizan Facebook y que le echan la culpa de las rupturas de parejas, de ataques de celos, de neuras colectivas… en cambio, en mi caso, ha sido fuente inagotable de sabiduría. Mientras yo me daba cabezazos en el departamento sobre dejar o no partir al Bueno, mis contactos tenían más que clara la decisión que había que tomar y se manifestaron fuerte y claro, bajando el pulgar. Es muy extraño lo que pasa; pero los mensajes que llegan de personas que tal vez no conozco en persona, me parecen mucho más lúcidos que los comentarios de amigos que tengo a un par de metros de distancia.

Pero tampoco es tan sencillo: soltar la única posibilidad real de una relación, la más sana que he tenido en años, claramente da miedo. No es fácil volver a lanzarse al vacío de la soltería sin que al menos, me ataquen los terrores nocturnos: me voy a quedar eternamente soltera, todos se van a casar, seguirán al pie de la letra el creced y multiplicaos… y yo, que tengo una relación estable –OK, es una relación fome, pero existe en la realidad, no sólo en mi mente- donde hay otra persona involucrada –al menos nominalmente hablando, tengo pololo- que públicamente me reconoce como su otra mitad. Y si bien estos últimos meses hemos pasado más lejos que cerca, algo me dice que si yo tuviera paciencia, el Bueno podría ser un compañero de ruta para toda la vida. Alguien con quien envejecer sin grandes sobresaltos, sin problemas… sin mucha pasión, tampoco, pero como a todo el mundo, me da miedo la soledad. ¿A quién no?

No quiero que el día en que me muera, se enteren por el mal olor que sale de mi departamento: preferiría la avalancha de avisos que aparezcan en las defunciones del diario, máximo signo de popularidad en mi mente distorsionada. Me da terror decidirme a decirle chao al Bueno y después, tener 92 años, estar mirando por la ventana, alucinando con que la Camila me viene a ver desde la otra vida y que los gatos que me rodean son, efectivamente, bisnietos de la Cucha que se han mantenido cerca de mí, porque compro alimento de buena marca. Y claramente, lo que yo veo en el Bueno no es el gran amor de mi vida: es un salvavidas que el destino me lanza, para que me afirme con dientes y uñas.

Dejando todo eso de lado, llega el momento de hacerse mujer y asumir, valientemente, que esta relación tampoco es mucha la compañía futura que me garantiza. Mis amigos me han dicho que las relaciones de pareja requieren paciencia, entrega, flexibilidad y que todo eso es un gesto de madurez. Estamos completamente de acuerdo: así deben ser las relaciones que tienen éxito; pero también debe haber amor, incondicionalidad, pasión, ganas. Y hace mucho rato que no huelo nada de eso en el hombre que tengo al lado. Somos una pareja que parece tener 30 años de casado, sin haber pasado antes por la montaña rusa pasional que después deriva en la tranquilidad.

Con tantos antecedentes en la mano, sobra decir que el insomnio ha sido mi mejor amigo en estas últimas semanas. Revisando mi mail, me encuentro con que hay un disco nuevo de Madonna que recopila sus canciones y videos, y me pongo a ver en You Tube los grandes éxitos. Así, me encuentro viendo The Power of Good Bye y me queda todo muy clarito: dejar partir al otro, aunque no esté de lo más atado, es una de las decisiones difíciles de poner en práctica, pero si no confío en que viene algo bueno para mí… entonces, no vale la pena seguir viviendo.

Como siempre, el pop es el consejero más eficiente que uno puede encontrar. Y mientras hago pucheros escuchando a Madonna, lo decido: mañana mismo termino con el Bueno.

Por Consuelo Aldunate – Revista YA.
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